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Los carteles de la droga han hecho y deshecho a lo largo y ancho del mundo. Sus acciones, todas por fuera de lo convencional, se han convertido en particular insumo para la deformación de la sociedad contemporánea. América Latina cuenta con una singular relevancia en medio de toda esta historia, en tanto posee tierras fértiles que posibilitan cultivos que se convierten en insumo para la producción de alcaloides.
Además de ello, en medio de todo este relato de narcos y asesinos, la región también se ha caracterizado por contar con los espacios físicos en las cuales se han arraigado los más feroces carteles del narcotráfico. Muchas ciudades han padecido las consecuencias de su existencia. Y en los últimos años, de manera gradual, estos se han movido a Quito, y en general a Ecuador, poniendo en aprietos no solo a la clase dirigente y las instituciones, sino también a su población.
En Ecuador se ha presentado en los últimos años la conjunción de tres factores que han puesto al país en una situación crítica de inestabilidad y difícil control. En primer lugar, se ha evidenciado un deterioro institucional, constatable con la manera como se ha desarrollado la política interna recientemente. En segundo lugar, el fenómeno de la corrupción ha venido haciendo mella tanto en la dirigencia ecuatoriana como en la sociedad misma, en tanto la capacidad financiera de los grupos terroristas y narcotraficantes es superior a la de la fuerza pública y clase dirigente. Finalmente, pero conectado con lo anterior, está el crimen transnacional, originador de la crítica situación en que se encuentra el país actualmente.
La declaración de conflicto interno armado y el estado de excepción decretado por el presidente Daniel Noboa puso al país en una dinámica diferente, que también descubrió las violentas realidades que se viven en algunos de los barrios y sectores más críticos al norte de Quito. Se trata de territorios que han sido absorbidos y apropiados por grupos criminales y carteles de la droga sin contemplación alguna.
Enfatizando las problemáticas evidenciadas en el país, habría que detenerse en señalar que sus instituciones cedieron de forma gradual ante el poder de los ilegales hasta fracturarlas y afectar directamente su credibilidad. Las razones para ello son diversas, pero ha influido profundamente el hecho de haberse adoptado algunas reformas que facilitaron la presencia de los narcotraficantes, blanqueando dinero (en un país con el dólar como moneda oficial) y aprovechándose de una relativa laxitud en materia penal.
Lo anterior conecta con el denominado fantasma de la corrupción, que no es exclusivo de Ecuador, sino que por el contrario está bastante arraigado en la región latinoamericana. Además de ello, de acuerdo con variados reportes periodísticos y de diversas ONG del país, el asunto más crítico se está presentando en las cárceles y centros de reclusión. Allí, los líderes de muchos de los grupos criminales en el país, ejercen la delincuencia con mayor facilidad que si estuvieran en libertad.
Y claro, como colofón de todo está el incremento de las bandas criminales, grupos terroristas y carteles de la droga (narcotraficantes) que con las actuales circunstancias están en el mejor de los escenarios para desarrollar sus actividades ilegales. Hoy en Ecuador se ha develado una indeseable realidad que desestabilizó cualquier intento de avanzar en procura de progreso y desarrollo.