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En definitiva, hay un gran dilema en torno a cómo actuar frente al mandatario ruso, Vladímir Putin, quien es -claramente- el hombre más poderoso de ese gobierno a lo largo del siglo XXI. Si bien la Corte Penal Internacional (CPI) emitió orden de arresto contra el siniestro personaje, al tiempo es necesario considerar el gran riesgo que se corre ante una provocación de ese tipo para alguien que públicamente ha insinuado no tener límites.
En días pasados la CPI, que es un organismo creado para juzgar y acusar individuos que cometen crímenes de genocidio, guerra, agresión y lesa humanidad, emitió orden de arresto contra Putin y la comisionada rusa para los derechos del niño, Maria Alekseyevna Lvova-Belova, por considerar que han cometido crímenes graves contra los infantes ucranianos y que debe ponerse freno a la situación. Esta orden, con un alto contenido simbólico, difícilmente prospere ya que Rusia no es signataria del Estatuto de Roma, acuerdo fundacional que respalda la existencia del Tribunal Penal Internacional, como también es conocida la Corte.
Con la emisión de la orden de arresto se plantea un dilema con algunas implicaciones, puesto que de un lado está el hecho público de considerar a Putin un agresor contra la niñez (población) ucraniana y, por tanto, en territorio de todos los países (123) que suscribieron y ratificaron dicho Estatuto, es susceptible de arrestarlo y enviarlo a prisión. No obstante, aparece lo que puede ser leído como una provocación directa a un líder que ya ha venido demostrando su falta de límites para actuar contra la humanidad. Su orgullo ha quedado herido y eso plantea que para demostrar la figura internacional que es, sería capaz de cualquier cosa, incluso hasta de las acciones más irracionales.
Con ese escenario, se plantea por tanto el interrogante sobre si resulta conveniente que los organismos internacionales, fundamentalmente los que no tienen injerencia sobre el gobierno ni el Estado rusos, sigan actuando en su contra, aumentando las tensiones con un mandatario sin escrúpulos. Quizá sea más recomendable enfrentarlo de otra manera, pues se ha podido constatar la orientación que Putin pretende darle al tema nuclear, por ejemplo, a partir de los anuncios que ha hecho de reanudar pruebas de ese tipo. Esto, por supuesto, complejiza las cosas.
Precisamente se hace referencia acá a un gran dilema, en tanto la realidad es que sí le corresponde al entramado de regímenes internacionales existentes, actuar para que gobernantes como el presidente ruso puedan ser controlados de una u otra manera. Ahora el mundo se encuentra ad-portas de una era exacerbada de pruebas nucleares que no sólo pone en riesgo a los ucranianos o rusos, sino a la humanidad entera. De ahí que se tenga la necesidad de buscar probables salidas al problema en cuestión, incluso aceptando que organismos como el Tribunal Penal Internacional emitan órdenes que a simple vista lucen improductivas.
Lo que sí es oportuno resaltar es que el componente simbólico de la orden de arresto contra Putin es alto y está socavando su imagen, tanto doméstica como internacionalmente. Aunque existan quienes defienden que ese tipo de acciones es ineficaz, la realidad es que éstas tienen eco internacional y afectan al actor sobre el que recaen. No obstante, el dilema sigue intacto.