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Hoy, ocho días después de la conmemoración del primer año de Gustavo Petro en la Presidencia de Colombia, se propone continuar con el texto que en su primera parte mostró los resultados más relevantes de la gestión internacional del Gobierno. A diferencia de ese primer acercamiento, en esta oportunidad se demuestra que esta administración se ha equivocado en diversos frentes y tiene a Colombia sin un rumbo claro frente a lo que representa su política exterior e internacional, además de sus relaciones exteriores.
Lo primero es partir por lo básico. El ámbito institucional acusa grietas notorias, con efectos profundos. La Cancillería, caracterizada por ser botín para el pago de favores políticos, fue uno de los pilares de las promesas de campaña del actual mandatario. De acuerdo con lo que Gustavo Petro prometió para ganar la presidencia, se trabajaría en la profesionalización del Servicio Exterior y se privilegiaría a funcionarios de carrera por sobre nombramientos “indecentes.” Nada más alejado de la realidad en estos 12 meses. Ha habido de todo en materia diplomática. A pesar de los nombramientos acertados y bien calculados, otros han sido una total vergüenza.
Incluso hoy se cuestiona al mismo ministro Leyva, quien pareciera no saber en qué país está, ni las razones por las que dirige la cartera más relevante para el país en materia internacional. Si bien su nombramiento se leyó como acertado para avanzar en el proyecto de Paz Total propuesto por el Gobierno, hoy con la “unidad nacional” deshecha y con una actividad política adversa, el Presidente está en mora de remover a Leyva y ubicar en su posición a un(a) verdadero(a) canciller.
Actualmente la Cancillería ha evidenciado tal desorden que se constatan las dificultades en el proceso adelantado para la construcción de su Plan Estratégico Institucional (PEI), a causa de los movimientos internos de personal. Ese PEI es la hoja de ruta mediante la cual actúan todos los funcionarios de la entidad, a la vez que se vincula con las directrices de la política exterior y las relaciones internacionales del país. Por tanto, sin PEI ni claridad en las directrices de la política exterior, ha sido un año de resultados limitados en la materia para esta administración.
En el primer año pasó de todo. La cuenta de Twitter (X) del presidente resultó ser más dañina que cualquier otro mecanismo político. Se metió con los gobiernos de Chile, Perú, Argentina y El Salvador de manera impresentable. Ha contrariado los principios de la política exterior colombiana a través de su injerencia en la política de otros Estados.
En otros momentos, haciendo uso de esa misma red social, ha desdibujado los canales institucionales. Por ejemplo, su reacción frente a la forma en que se comportaron en una votación de mayo los representantes del gobierno ante la OMS en una resolución frente al tema palestino, desdice por completo el trabajo del estadista. Como también luce grotesco el despropósito de creer que políticamente Estados Unidos y Rusia son “la misma cosa”.
Al final del día todo resulta susceptible de leerse más desde lo que ha sido su comportamiento en política internacional, pues aún se desconoce una estrategia definida y diáfana de política exterior que le permita al Gobierno nacional convocar a diversos actores y convertirlos en aliados para solucionar las problemáticas tan complejas que perviven en la sociedad colombiana.