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En desarrollo de la sesión ordinaria número cincuenta y dos de la Organización de los Estados Americanos (OEA), la Viceministra de Asuntos Multilaterales de Colombia, Laura Gil, expuso algunos de los argumentos centrales de la posición del gobierno que lidera Gustavo Petro en relación con la propuesta de la Paz Total, como eje rector de todas las políticas generadas en el país para adelantar la gestión pública. En su intervención llamó la atención sobre la necesidad de adelantar un mandato inclusivo y que apunte a sacar del abismo a los más vulnerables, desfavorecidos y tradicionalmente olvidados por el gobierno nacional.
En tal dirección, se aproximó a un aspecto de la que será, según su discurso, la política exterior de Colombia (PEC) en los años por venir. Gil señaló que “(…) la Paz Total también tiene cara de mujer y, como tiene cara de mujer, de mujeres en toda su diversidad, porque eso sí, nosotros no le tenemos miedo al lenguaje de la interseccionalidad, les queremos decir que formularemos una política exterior feminista y esperamos contar con todo el movimiento de mujeres de las Américas para ayudarnos.”
Con esto, se devela la que será una de las características centrales de la estrategia del gobierno nacional para su interlocución con los actores globales interesados en apoyar la gestión interna del país, con objeto de avanzar hacia mejores niveles de desarrollo y progreso en todos los frentes, pero fundamentalmente en el ámbito social.
Pero, ¿qué es eso de pensar o planificar una PEC feminista? Bien, esto no es más que trabajar concienzudamente en que lo estratégico de la política exterior incluya a todos los individuos (mujeres y hombres) por igual. Infortunadamente hoy en muchísimas sociedades, esencialmente las que están adscritas a las naciones en desarrollo, se precisa tener que adjetivar con la palabra “feminista” para que explícitamente quede expuesta la declaración de inclusión de la mujer en el ejercicio. Ello resulta esencial, porque como lo señaló Irune Aguirrezabal en un texto del año pasado en la revista Política Exterior, dicha adjetivación es necesaria porque cuando las cosas no se nombran, terminan diluyéndose bajo la fuerza de las imposiciones del statu quo dominante.
Escribe la autora que “al calificar de «feminista» la política exterior, se da forma y se hace visible la imbricación del pensamiento feminista en la acción y política exterior”, e insiste en el hecho que al adjetivar tácitamente a la política exterior con carácter feminista, se expresa con “la máxima claridad y contundencia que [la] política exterior está anclada y atravesada por el principio de igualdad sustantiva entre mujeres y hombres, como valor y objetivo con carácter estructural”. Esto, sin duda es valioso para una sociedad como la colombiana en la que aún, y fundamentalmente en la ruralidad, el hombre sigue asumiendo un papel de superioridad ridículo e insulso. A pesar de lo anterior, es segura la aparición de muchas voces que se expresen contra tal adjetivación de la política exterior, y eso también deberá entenderse como algo lógicamente planteado. Con lo anterior, lo que se quiere expresar es que resulta lamentable que se tenga que explicitar la inclusión de las mujeres en la política exterior, mientras otros grupos poblacionales no quedarán manifiestos en ello. Es una pena, pero el feminismo radical ha hecho tanto daño como el machismo retrógrado. Por tanto, aparece la pregunta sobre la necesidad de declarar a la PEC como feminista, mientras, por ejemplo, no habrá una PEC afro, o indígena; e incluso, la referencia a una PEC Lgbti quedará sólo para la inferencia de quienes lo consideren.
La PEC tiene que ser inclusiva y diseñada para la sociedad. Es comprensible por el pasado de exclusiones que se declare feminista, pero ello acarrea otras discusiones que en esta columna no es posible desarrollar. Podría ser más útil mantener la neutralidad del término.