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Se siguen escribiendo líneas, realizando debates e invitando a expertos sobre la región latinoamericana a plantear sus posiciones frente a lo que consideran podrá ser el futuro de Prosur, un organismo internacional concebido como foro que pondrá en conjunción a los gobiernos que defienden el estado de derecho, las libertades individuales y los derechos humanos. Y aunque algunos se han aventurado a señalar que es la respuesta necesaria al retraso que esta parte del mundo evidencia en materia de integración, la realidad es la que han presentado muchos que analizan el tema: Prosur podrá aparecer como un interesante proyecto de cooperación regional, pero lo que menos tiene es credibilidad.
En realidad, una persona sensata frente a la historia latinoamericana no tiene por qué creer en Prosur; como tampoco debería considerar que los demás intentos por alcanzar algún nivel de integración regional pudieran funcionar. Dado que, en no pocos casos, los procesos han surgido a partir de reacciones a intentos de integración previamente fallidos, bien por su componente ideológico o porque simplemente se instituyeron a partir de necesidades precisas de apenas algunos de los participantes, es apenas normal que se esté considerando a Prosur como un nuevo descalabro en materia de integración suramericana.
Algunos de los líderes que participaron del evento protocolario que dio vida a este nuevo foro hace un par de semanas, enfatizaron que la necesidad de crearlo se explicaba por sí sola a partir del estruendoso fracaso de Unasur. Sin embargo, la situación habría que pensarla quizá, a la inversa. Tan estruendosa pudo resultar la decepción de Unasur, que desde ahora puede estar augurando el negro final de un proyecto que copia muchas cosas del anterior.
Tal vez en favor del nuevo foro podría estar su naturaleza poco institucional y que, además, a pesar de haber sido concebido como una respuesta política, podría diferenciarse en la medida que se trabaje para lograr la promesa de ascender en materia de desarrollo económico, apertura y liberalización del mercado regional, promoción de inversiones e incursión en las, cada vez más ágiles, cadenas de valor que se han ido desarrollando en las diferentes latitudes.
Eso podría ser lo que haga que Prosur funcione. Es decir, que se trate de un compromiso colaborativo y no de un intento más por pensar que la integración regional comienza con su creación. Sin embargo, los jefes de Estado, como sus ministros, son coincidentes en que se ha logrado echar tierra a la Unasur, dado que, como ha expresado el mismo Canciller colombiano, “terminó siendo un instrumento político que dividió a la región y que no corresponde a lo que eran sus propósitos”. Aspecto que no deja de ser problemático.
El magistral texto de Guardiola-Rivera, en días recientes, en el que simplemente mostró cómo el proyecto en cuestión no va más allá de ser una “simple foto”, es un acierto que también explica a lo que nos están llevando quienes gobiernan o, por lo menos intentan gobernar, en Suramérica. Esta foto, completamente reactiva ante la vergüenza que les deja Unasur a los mandatarios, no garantiza nada importante. Además, muy particularmente, la prensa regional ha mostrado su descontento al entender que la que denominan “ultraderecha” ahora ha decidido crear un bloque para hacer y deshacer en contra de las naciones que se hallan en medio de todo esto.
Hasta ahora, en relación con la opinión pública hay de todo menos consenso; en materia gubernamental, hay de todo menos coherencia frente a lo que se ha querido para la región desde la óptica estricta del regionalismo; en el terreno académico, claramente una diáfana incredulidad; y en los foros que le anteceden, más preguntas que respuestas.
Quizá esta vez algo serio salga de este comienzo protocolario experimentado con la firma de la Declaración de Santiago. Pero ante este panorama, ¿quién va a creer en Prosur?