MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Es normal que la nación colombiana haya experimentado seis semanas sin tener claridad sobre la política exterior de los próximos cuatro años. El hecho de permitir el paso de un par de meses mientras se trabaja en el diseño de la apuesta estratégica de gobierno para el diálogo e interacción en el ámbito global está dentro del límite de tiempo tolerable para una administración recién llegada al poder.
Como cada cuatrienio, es justo, cotidiano y comprensible que en las primeras semanas no se tenga definida dicha estrategia. Incluso, aunque erróneamente aparezcan en los medios de comunicación inexpertos comentaristas que, al analizar asuntos de política internacional, con frecuencia se refieren a “la política exterior de Petro”. En realidad es poco tiempo aún para saber cuál será y cómo se orientará la política exterior colombiana 2022-2026.
Sin embargo, mientras la estrategia se concreta y divulga, los treinta y ocho días transcurridos en el ejercicio de la política internacional de Colombia han sido profundamente inquietantes. Varios episodios han marcado un camino que en poco se compadece con lo que Gustavo Petro y su equipo de campaña expresaron al electorado si alcanzaba la más alta dignidad de la política nacional.
Dos meses atrás, la revisión de los candidatos en relación con las propuestas electorales en materia de política exterior y asuntos internacionales, ubicó a Petro en ventaja categórica sobre los demás. Solo él y Sergio Fajardo trabajaron el tema con seriedad en aquel entonces. Hoy, sin embargo, hay más sombras que luces en dicho campo, dados los iniciales pasos en falso en materia internacional.
Desde el 7 de agosto el actual gobierno lanzó una interesante ofensiva para lograr un impacto internacional que sirviera de punto de quiebre frente al ensimismamiento de la administración anterior. El evento de posesión fue, por inercia, bastante cosmopolita. Las miradas se volcaron hacia Colombia y se generaron muchas expectativas. A pesar de ello, en poco más de un mes, los primeros asomos ante lo global han sido realmente decepcionantes.
Tres asuntos críticos -aunque no los únicos-, han llamado la atención de quienes están expectantes del comportamiento internacional del gobierno colombiano. En primer lugar está la omisión a las evidentes violaciones de derechos humanos en Nicaragua.
A pesar de existir una relativa tranquilidad con el nombramiento de Álvaro Leyva como ministro de exteriores, lo cierto es que su escueto y vago comunicado del 30 de agosto sobre las razones esgrimidas para ausentarse de la sesión extraordinaria del Consejo Permanente de la OEA, causaron enorme desconcierto. Las “razones estratégicas, acciones humanitarias, gestiones internacionales en procura de un resultado, y el silencio diplomático” que expresó el Canciller resonaron como un nuevo irrespeto a una sociedad cansada de la tradicional torpeza diplomática.
En segunda instancia aparece el hecho de comprometer a Colombia con una espinosa situación que vive la vicepresidenta argentina. La ligereza del presidente Petro al vincularse con el gobierno argentino, aportando su firma (que es la de Colombia) en un documento que la defiende a ultranza por las investigaciones sobre algunos hechos de corrupción en que se halla involucrada, fue otra salida en falso del mandatario.
Y para cerrar las imprudencias más notables, al Presidente se le ocurrió invocar las memorias de la dictadura chilena, ante una decisión legítima del pueblo frente a la propuesta constitucional que se votó el 4 de septiembre y que la mayoría de los electores decidió no aceptar.
Si Gustavo Petro precisó que gobernaría para todos los colombianos, y no solo para sus electores, por qué esas imprudencias y falta de tacto en los escenarios de política internacional en los que empieza a moverse. En este tiempo inicial ha emergido susto frente a la que podría ser su estrategia de política exterior.