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Quienes hemos tenido la responsabilidad de liderar algo en Colombia, vendimos la soga con la cual nosotros mismos ahora rogamos que nos ahorquen por miedo a llamar las cosas por su nombre.
Es necesario reconocer que el diálogo abierto y sincero que incluya todas las diferencias es fundamental en las democracias, pero ello necesariamente sólo se puede dar entre los que respetan la ley y no mienten. Porque dice el adagio que: “El que miente, igualmente roba”.
Todo aquél que incumple la ley no es diferente, es delincuente, y si además es narcoterrorista, indefectiblemente el único idioma que entiende por elección propia, es la violencia física o verbal, pero al fin y al cabo violencia, que es el elemento esencial que respalda todas sus actuaciones.
Por tanto, como sociedad estamos entrampados por falta de claridad conceptual, mientras no entendamos que la polarización no es entre ricos u oligarcas y pobres, liberales, conservadores o comunistas, pensamientos de derecha, izquierda o centro, de entrevistados y periodistas, ni entre unos ciudadanos y otros así porque sí.
No es así. No puede ser que ahora, la palabra polarización sea la excusa para justificar la verborrea dialéctica del populismo y la demagogia mamerta y de los criminales encaramados en el poder.
La polarización aquí esta forjada, inducida violentamente por el crimen organizado disfrazado y sus aliados del progresismo. Es una polarización extrema e irreconciliable que tristemente está relacionada con la cultura mafiosa e individualista de la droga, la corrupción y el clientelismo que la sociedad tolera y utiliza convenientemente.
De un lado estamos los indefensos que respetamos la ley, trabajamos y pagamos impuestos, y del otro lado los que se los roban, y a estos se suman los que utilizan las armas contra personas inocentes y contra el Estado, y los que optan por mantener posiciones políticamente correctas, y terminan siendo acólitos y cómplices de lo convenientemente corrupto.
Con gran respeto por quienes se están mintiendo a sí mismos en cuanto a la gravedad de la situación por la que atreviera el país y su seguridad, riesgo y desempeño económico, administración pública, respeto y aplicación de las leyes, hay que reconocer que vivimos una gran crisis de liderazgo institucional y gremial debido a la negación conformista y conveniente de toda esta problemática que nos impide defender a ultranza el sistema de libertades democráticas.