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Alerta. Que nadie se engañe con eso de que la marihuana, la cocaína, el alcohol, la heroína, el tusi, el bazuco, y otras formas de darse en la cabeza, son sanos e importantes para la libre expresión y el desarrollo de la personalidad, o que le ayudan a tener más claridad a los zombies que hoy conducen a Colombia.
El estado actual del país es el producto del manejo irresponsable de la cosa pública a golpe de embuste, paja, rumba y vicio. Aquí todo lo administrativo y legislativo está convertido en un “caos total”, que, si uno mira bien, no es natural sino intencionalmente inducido.
Atención, que en Colombia la violencia intrafamiliar y en los ámbitos cercanos a las personas, es mucho más grave que el mal llamado conflicto armado o actividad delictiva organizada desbordada, si cuantifícamos el caos social contabilizado en crímenes, homicidios y maltrato físico y mental delictivo.
Se conoce que la gran mayoría, más de 80% de los crímenes que involucran violencia física y mental, se cometen bajo la influencia de alguna sustancia que altera la mente y/o tienen alguna causa psicológica compleja. Y el libre uso de toda sustancia que altere el entendimiento, incluido el alcohol, la marihuana, la cocaína y sus derivados y la heroína, solo agrava la situación.
Pero aquí los adictos, de presidentes para abajo, insisten en la conveniencia de la legalización de la droga y del narcotráfico sin siquiera entender de qué están hablando.
La estadística no miente, de cada cinco que arrancan a meter alcalinos hay tres que no vuelven. El poder del detonador adictivo los consume de por vida. Quedan para siempre con un problema mental que, mientras más grave sea el detonador, más irreversible será su condición y, claro, eso afecta mucho más a quienes en la pobreza consumen para aliviar problemas que no pueden o no tienen los medios para solucionar.
¿No será que lo qué quieren los políticos que proponen la legalización, es controlar el resto del miserable negocio del vicio de la misma manera que controlan el del alcohol?
Y si a lo anterior sumamos el efecto de la malnutrición o desnutrición infantil a cuenta de los robos de alimentos a manos de los carteles políticos, y la falta o déficit de atención psicológica a las víctimas de violencia infantil e intrafamiliar, entonces veamos qué nos pasa:
Lo que tenemos es una fábrica que produce más de 400.000 criminales en potencia por año, pues quien ha sido abusado o violentado de forma severa en su niñez, al llegar a la adolescencia, a la madurez o a la edad de expresión sexual, tiene ya ese patrón violento registrado en el subconsciente.
Pero todo esto a la clase política que nos regenta le entra por un oído y le sale por otro.
Entonces, digámonos la verdad, estamos dominados por viciosos, pajeros, embusteros y rumberitos sin otra cultura que la del culto a su propia vanidad que tapa sus taras y resentimientos, y por la permisividad con el robo, el clientelismo y toda suerte de ilegalidades.
Así opera el gobierno actual y así actúan el Congreso y los partidos en Colombia; aquí no hay política de cero tolerancia a las adicciones, ni menos al respeto a la mujer y a la niñez. La atención psicológica a los adictos y a las víctimas es totalmente insuficiente frente a cientos de miles de casos reportados, pero los políticos en el poder, quieren a todo costo aumentar el número de la población emproblemada en el vicio sin consideración alguna a su relación con una multiplicación exponencial de la violencia.
Entre tanto la rama judicial y los entes de control, están parcialmente invadidos por dentro por un juego de excentricismo ideológico que no se sabe bien si es realmente comunista o si se trata de pura y legítima corrupción económica.
Y, para terminar, preguntémonos, ¿en qué consiste realmente la falacia de la “Paz Total”?
Veamos. Es cómo si en medio de una fiesta, abrimos un serpentario en la mitad del salón de la casa y dejamos en completa e impune libertad a toda suerte de víboras venenosas en medio de los danzantes; “Caos Total”, mientras los encargados de controlar las culebras están sumidos en la enajenación mental que produce el uso de toda suerte de alucinógenos.