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El poder tiene un efecto letal en el ego y la personalidad, mucho más fuerte que las drogas o el dinero fácil. Produce la borrachera inflada de la soberbia y la suficiencia propia de sentirse emperador, algo que no puede eludirse con enunciaciones de humildad.
La cizaña es una maleza capaz de terminar con cualquier sembrado y cuyo polvillo es tan venenoso como el cianuro y la cicuta; es “el vicio que se mezcla con las buenas acciones o costumbres”; “la cosa que hace daño a otra maleándola o echándola a perder”; y “la creación de disensión y enemistad para causar discordia, odio y hostilidad”.
Cizaña ideológica son las mentiras del populismo, la dialéctica comunista, y los relatos de los escabrosos episodios demagógicos del diario transcurrir en el teatro político, tan lleno de actores y de comunicadores cizañeros, que generan y promueven escándalos convertidos en efímeras noticias.
El veneno de la cizaña remata una sociedad desahuciada por el cómodo y cobarde conformismo y las conveniencias individuales escondidas en lo políticamente correcto con que se maneja hoy el sistema institucional de representatividad privada de gremios, asociaciones y de una sociedad civil convertida en un zoco que ni barre ni trapea, y que con pocas y contadas excepciones se compromete a atender una deuda social acumulada.
Le entregamos el cargo de gobernante a un destructor de valor y de valores. Una irresponsabilidad que tiene un alto costo que los colombianos tendremos que pagar por mucho tiempo.
El Estado, está conducido por una dupla de enfermos mentales sumidos en la degradación humana. Preside un ser descarriado para quien lo malo es bueno cuando lo hace un malo, y lo bueno es malo cuando lo hace un bueno. Su discurso embustero habla de paz y amor cuando su oscuro corazón está lleno de odio y todo su proceder está motivado por resentimientos y conductas propias de quien padece demencia al estar afectado por un efecto psicodélico.
En consecuencia, si el Estado es gobernado como le da la gana a un par de individuos que encarnan la cizaña humana, su ejemplo se multiplica haciendo que ese veneno se expanda por todo el manejo de la cosa pública, afectando partidos, parlamento, cortes, entes de control, eliminando el profesionalismo, la experiencia y los méritos y pudriendo la juventud, razón por la cual el caos se expande exponencialmente en la medida en que cada funcionario hace lo que le da la santa gana.
El aparato del Estado está implosionando con todo el país adentro. Colombia tiene los fundamentos de su democracia muy embolatados. Pasamos de una anarquía intermitente a una autocracia y estamos viviendo bajo una dictadura delincuente que tiene secuestrado el poder y protege las organizaciones criminales con la complicidad de una justicia inoperante.
La independencia de poderes depende del respeto y obediencia a las obligaciones y las reglas que tienen que cumplir los funcionarios públicos. Sin ello caemos en una confrontación ideológica entre extremos que supera el sano debate democrático dentro del marco de la legalidad. La politización de los nombramientos de responsabilidad es producto de una polinización cruzada o interdependencia entre los poderes y los entes de control, las designaciones de magistrados, fiscales, contralores, procuradores, jueces y todo tipo de servidores públicos.
Con contadas excepciones, hoy el ejercicio político es solo un sistema de negocios individuales producto del clientelismo, la politiquería y la corrupción atadas a un impune desfalco del erario.
Aquí se habla de todo, pero nadie explica cómo se pueden solucionar los problemas éticos y culturales de fondo que tiene nuestra sociedad, cuando cada cambio de gobierno es solo un camuflaje para que los mismos pájaros que mudan de plumaje cada cuatro años se presenten como expertos en el manejo de lo público ante la nueva corte que repartirá los puestos y los negocios del gobierno y hará los respectivos acuerdos clientelistas con el Congreso, la justicia, las fuerzas armadas, los entes de control y toda suerte de contratistas del Estado.
Con Petro la democracia perdió: La legalidad y la seguridad ante la impunidad, la independencia de poderes, el manejo ortodoxo y responsable de la hacienda, del manejo de la política fiscal y monetaria, la planeación presupuestal y la eficiencia del gasto público, y la autonomía de las juntas directivas de que dependen muchos ingresos del Estado.
El país está perdiendo sus mejores profesionales, un capital humano irrecuperable que aportaba competitividad. Y parece no importarnos el hecho de que nos cambiaron el sistema de libertades y garantías sociales y de libre mercado, el concepto de estabilidad y seguridad democrática física, soberana y ciudadana, alimenticia, energética, jurídica, social en materia salud, ahorro y pensiones, por un caótico neo-narcocomunismo cizañero y destructor.