MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Primero de mayo y, en lugar de estar creando más oportunidades de trabajo, el Gobierno está empeñado en destruir las empresas que son las únicas que generan empleo sostenible.
Todo parece indicar que el país del Sagrado Corazón de Jesús ya no aguanta más, y está a punto de convertirse en el “Burdel Colombia”.
Hoy somos un pueblo indefenso a manos de una nueva clase política, populista, clientelista y “calanchina”, que parece empeñada en convertir nuestro hermoso país al comunismo y querer obligar a toda la Nación a tener que transigir con la violencia de todo tipo de organizaciones criminales.
Nuestra sociedad está obligada a reflexionar y a no seguir ignorando la forma ilegítima en que se administra la cosa pública en una democracia que ya no es funcional, o terminaremos en un abrir y cerrar de ojos, en las mismas de Cuba, Venezuela o Nicaragua.
Es hora de darnos cuenta de que el país sí ha cambiado y ha avanzado en lo que va del siglo, pero lo que no cambia y va en reversa es la forma en que se ejerce la actividad política.
Todos los Estados y los sistemas de gobierno presentan defectos como el clientelismo y unas minorías dedicadas a actividades ilegales que tienen que combatirse constantemente. Pero aquí, los partidos, los líderes y quienes conducen el Estado, en su avara ambición de poder, viven enfrascados en la falsa e improductiva discusión entre derecha, izquierda o centro, algo que solo sirve como envoltura para un tamal politiquero fermentado que solo produce una gran indigestión social.
En Colombia, parece que todo lo que antes era ilegal ha sido incorporado como parte de la ecuación de impunidad con que se gobierna y se administra justicia. Pocos líderes aportan al desarrollo de la Nación, la mayoría anteponen al interés general su vanidosa ambición de figuración y poder, y conviven o son parte de esa cultura terrorista y mafiosa de la droga que está entreverada en toda nuestra sociedad.
Hasta el advenimiento electoral del narco - populismo del siglo XXI en las elecciones colombianas de 2022, fuimos la democracia de mostrar en la región, ausente de la volatilidad propia del totalitarismo, fuimos la economía manejada con mayor ortodoxia, en un sistema de libertad de empresa y de mercados, y existió una administración ordenada de la cosa pública enmarcada en una institucionalidad que garantizaba ante todo el imperio de la Ley, en un Estado de derecho relativamente funcional.
Como sociedad nos confiamos y permitimos que la tiranía de las ideas comunistas disfrazada de socialismo se aliara con la politiquería calanchina y con el narcoterrorismo, y se tomaron el poder por la vía democrática.
Repugna la falacia con que salió hace unos meses un alto diplomático extranjero, al aterrizar de barriga en la cultura de este trópico criollo, cuando dijo tan tranquilo que: “él veía que el nuevo equipo que gobierna el país está compuesto por funcionarios bien intencionados y que están tratando de mejorar el país desde la política”. ¿Seguirá hoy ese míster pensando lo mismo?
Ojo, señores de la nueva ola diplomática mamerta y permisiva, que los hechos en Colombia demuestran los resultados del total desgobierno. No nos engañemos, la región entera está asechada por una minoría ladrona e insensata, obnubilada con el comunismo que ya hace varias décadas se nutre del narcotráfico y otras actividades ilegales altamente lucrativas.
En Colombia, el liderazgo oficial se encuentra empeñado sirviendo de garante a toda suerte de organizaciones criminales, mientras el resto de la política colombiana está extraviada en el bazar inmediatista de los egos encefálicos de todo tipo de ex, y en el transfuguismo partidista.
Muchos extranjeros preguntan: ¿cómo fue que en Colombia permitieron un sistema autocrático que controla la aprobación de las leyes y tiene enmudecida y coartada la justicia, neutralizadas las fuerzas armadas, anestesiadas las instituciones y la tan cacareada sociedad civil?
¿Cómo es que los cargos públicos los estén llenando de personas cuestionadas y de criminales fraudulentamente indultados?
¿Por qué los gremios parecen complacidos con que imperen todas las modalidades delictivas conocidas en materia de administración pública, y con el deterioro acelerado de la seguridad ciudadana y de las condiciones sociales y económicas que debe garantizarles el Estado a las personas naturales y jurídicas que cumplen sus obligaciones?
Pero hay más. Es claro que, quien se eligió con un discurso populista ofreciendo un cambio, mintió, y hoy le quiere imponer a toda la ciudadanía un Estado caótico, que moralmente en nada difiere del vergonzoso turismo del vicio y la pederastia por la cual ya estamos marcados como destino preferido de toda suerte de degenerados a nivel mundial.
Hoy, cuando gracias a la evolución de la información y a la tecnología se sabe a ciencia cierta qué decisiones y qué acciones son efectivas para el bien común y el interés general de la ciudadanía, hay una desconexión total de la clase política con las realidades de la gente, siguen entrampados en discusiones ideológicas caducas y contrarias a las mediciones que arroja el conocimiento.
¿De qué le vale a la sociedad la verborrea con que luchan entre una izquierda democrática enredada en las garras de un populismo corrupto y una derecha democrática acusada de fascista por una izquierda extrema que le da pena mostrar su cara comunista? Recordemos que nazismo y fascismo fueron movimientos originados en el socialismo de comienzos del siglo pasado y que al igual que Rusia, China, Cuba, Nicaragua y Venezuela, se convirtieron en dictaduras totalitarias.
Entre tanto, lo que ocurre con la mayoría de los gobiernos de la región bajo la denominación de izquierda hispanoamericana o socialismo del siglo XXI, es solo una careta o piel de oveja que oculta los colmillos del lobo comunista totalitario que habita en quienes, como lo hicieron antes el Che Guevara y los Castro, Chávez, Diosdado y Maduro, Ortega, los Kirchner, Boric y ahora Lula y Petro, traspasaron hace tiempo el lindero que hay entre el bien y el mal, al crear condiciones de impunidad para los sanguinarios que han cometido crímenes de lesa humanidad escondidos tras un disfraz ideológico.