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Mientras de la era del Gato pasamos a la del Pato, hay una descomposición generalizada que puede llevar la nación a pulverizar las inversiones en todo sector productivo y a confrontaciones internas que de hecho ya están ocurriendo ente organizaciones criminales, mientras el gobierno no hace respetar la legalidad.
Podemos terminar acudiendo a un desolado velorio del sistema de libertades económicas, de nuestra democracia y a presenciar impávidos un entierro en cajón de cartón de la institucionalidad nacional.
Si el Gato embauca y engaña a su presa para desnucarla y embuchársela, luego escarba, hace y tapa; al Pato populista, disfrazado de demócrata con vocación de dictador revolucionario, poco le importa lo que ensucie o dañe en procura de su causa, siempre avanza y mientras camina presumiendo de su brillante plumaje ideológico y de su turbio cacareo comunista, abiertamente deja su mugre en el suelo, porque Pato que se respete: “a cada paso, una cagada”.
¡Veremos en los próximos comicios si hay quién sea capaz de ponerle el cascabel al Gato y quién de limpiar lo que deje el Pato! Pues si algo está claro, es que al Gato nunca se le ha escuchado criticar al Pato.
Y la gente se pregunta si el Gato y el Pato hicieron una alianza. Y tal parece que hay ya un pacto de público concubinato entre los funcionarios camaleones del Gato y la violenta línea libretista del Pato de manera que en las próximas elecciones se puedan cambiar los roles en la tragicomedia democrática nacional y el Gato pase a ser Pato, pero a lo grande desde la ONU, y el Pato convertido en Gato, pueda cazar, matar, tragar, hacer y tapar a sus anchas con todo lo que hasta hoy ha sido la riqueza humana y material de nuestro país.
Así nos tocó la era del Gato de 2010 a 2018 en nuestra bella y desprotegida Colombia y así vivimos hoy en la charca mugrienta del Pato, y quién sabe hasta cuándo.
En el preámbulo a la devastación institucional que representó la era del Gato, el país y sus gremios y asociaciones privadas y políticas, se tragaron el confite envenenado de que Uribe le entregó el poder a un demócrata y no a un emperadorcito, filipichín, malcriado y con complejo encomendero. Nuestra sociedad admitió que por pertenecer a lo más rancio del centralismo, el niño de los medios podría destruir, escarbar, hacer y tapar, mientras y se le aplaudía todo lo que pasaba por sus afiladas garras y encubría habilidosamente bajo el manto mediático de la Paz.
Y así, poco le importó a la dirigencia nacional la gravedad de que el Gato le cambiara el sentido a la legalidad al empeñar la Constitución en Cuba con el aval de la dictadura venezolana y de toda la comunidad internacional, pues nunca pensó que el tartufo fuera tal, y menos un felino que hizo trizas el pacto social ocultando una total intención de impunidad bajo el brillante disfraz del plumaje que representa la blanca paloma.
En la elección siguiente quienes permitimos la violación del resultado del referendo de 2016, ingenuos y soñadores, salimos a hacer un planteamiento de unidad nacional y luego un de mejor futuro para todos bajo tres premisas de alto contenido social: legalidad, emprendimiento y equidad, que sin duda le arrebataban el falaz discurso al buitre disfrazado de Pato que enarbolaba con resentimiento y odio las banderas del pregón igualitario, falso e imaginario que arropa al populismo regional inspirado por la desgracia cubana.
En 2018 nos encontramos una oposición feroz y antidemocrática, agresiva y anárquica; que hoy en el poder es autocrática y está desesperada por lograr el triunfo dictatorial envuelto en paquete democrático.
Una oposición que llegó al poder en 2022 con mil caretas, robadas unas a las minorías y otras a la libertad de opinión de las mayorías, con lisonjeras misivas dialécticas que arrancan en el fingido discurso igualitario, siguen con el falso ambientalismo y la hipocresía animalista, y terminan en la apropiación del Estado de las libertades personales del individuo.
Oposición que profanó las libertades sociales para implantar el modelo de moda: la protesta social inconformista regional acompañada de la difamación mediática que engendra furia y convida a validar la violencia e intentar derrocar la democracia a golpe de una narrativa dialéctica digital populista, mentirosa y totalmente prefabricada.
Iván Duque logró hacer un gobierno serio, democrático, respetuoso de la independencia de poderes, decente y honorable, con logros tangibles en medio de todo tipo de vicisitudes adversas, muchas impredecibles otras casi inmanejables. Nada se suple el país con echarle la culpa del desastre presente, así como de nada le sirve al país culpar a Uribe de todo lo malo, para que así los que viven y pastan en el lindero de la ilegalidad y el delito, puedan justificarse.
Pero lo cierto y lo grave hoy, es que en medio de la complacencia institucional con las formas del Gato, el país productivo y laborioso se encontró con que ya todo estaba entregado constitucionalmente al crimen organizado representado por las diversas manifestaciones de una cultura mafiosa que va desde la convivencia con el narcoterrorismo hasta la mugrienta política parlamentaria, pasando por la desvergüenza judicial, el abuso administrativo, la inquisición mediática, la camorrera y clientelista contratación estatal y la mal llamada delincuencia común, ahora compuesta por milicianos, colectivos, “bandas y combos” que van a tener patente de corso expedida por la justicia para salir de la cárcel a colgar y extorsionar ciudadanos indefensos.
Hoy en Colombia pasamos de tener una imperfecta institucionalidad democrática legítima y operativa, a enjaular la separación de poderes en una especie de cárcel del pueblo, y a estar confinados entre los barrotes del resentimiento comunista como excusa para poder operar un narco-Estado abierto a todo tipo de propuesta delictiva.
Señores, lo que vivimos es autocracia, ya no hay democracia, y el ejercicio del poder es puro y llano #narco- centralismoneocomunistaventiado”.
Se está disfrazando de democracia, una dictadura revolucionaria instalada para que ahora se destruya abiertamente a golpe de decretos desde el poder centralizado, toda la institucionalidad que siempre ha sido considerada ilegítima por “Cacos, Gatos y Patos”.
En materia de orden público y seguridad ciudadana vivimos una concentración de poder centralizada en el Presidente y el Comisionado de paz. En muchos otros frentes se les está recortando a las entidades territoriales su capacidad de acceder a las regalías con las cuales se genera todo su el desarrollo regional.
Aquí en Colombia casi todo tiene que pasar por Bogotá, casi todo lo controla Bogotá y casi todo es cómo diga Bogotá.
Y va uno a ver y a Bogotá hoy la controla el mugre de la politiquería clientelista con antifaz idealista, bajo las mismas genuflexas costumbres heredadas de otras latitudes: Donde quién más engaña o mejor hace la trampa, es considerado más verraco.
El pecado original del siglo pasado en Colombia fue no optar por un sistema asociativo federativo en un territorio con una geografía tan difícil y disímil con una diversidad cultural, climática y de suelos, tan compleja y variada, donde las provincias encuentran en la gradualidad de su independencia autónoma la necesidad y conveniencia de agruparse como nación para ayudarse unas a otras, como ocurre en Brasil, Argentina, España, Estados Unidos, El Reino Unido o los Emiratos Árabes Unidos. Pero aquí se copió el colonialismo y se creó un mecanismo para entregarle todo el poder a Bogotá, y arrodillar a implorar migajas a las regiones frente al gobierno central, sea quien sea el que figure como jefe de Estado.
A pesar de los importantes logros de Uribe y Duque en toda la universalidad que comprenden la seguridad nacional y la legalidad constitucional, la sociedad se dejó llevar del individualismo y es así como aquí desde la era del Gato, de la cual no hemos sido capaces aún de desprendernos, y más ahora en la del Pato, se le dio rienda suelta a los cultivos ilícitos y a la minería ilegal, al narcotráfico, al narcoterrorismo y a todo el crimen organizado. Y los gremios: quietos, sordos, mudos; ¿acaso complacientes?
El mensaje señores es que aquí cambió el referente de la legitimidad de la ley. Ese fue el cambio por si alguien aún se pregunta: ¿Cuál es el cambio?
Un ejemplo claro es que, el tal cambio, le trae de regalo a todos los milicianos urbanos y a los jóvenes que optaron por el camino del crimen y no por el del trabajo, la educación, la lectura y el deporte, total impunidad acompañada de un sueldo básico y una patente o licencia para delinquir emitida por las autoridades y pagada con nuestros impuestos.
En el campo y las regiones, vivimos una avalancha de crimen e impunidad sin precedentes, ahora encubierta en el manto de la paz total. Una ilegalidad llevada a dimensiones exponenciales. Una alcahuetería sin límite del poder judicial y los entes de control.
Vivimos en Colombia un pacto histórico con el crimen organizado que consiste en una triste e inevitable inversión de la escala de los valores y de todos los referentes éticos que demandan el derecho y el imperio de la ley.
Estamos peor que en la torre de babel. Ese era el plan del Pato, que gracias a la ayuda del Gato, hoy ensucia y destruye todo a su paso: Al soldado le quitaron el arma y le cambiaron su misión de vigilar y defender la Constitución y al ciudadano. Al Juez lo apartaron del camino de la justicia y lo acostumbraron al de la lucrativa impunidad. Al político, al contratista y al funcionario los corrompieron. Al educador lo convirtieron en multiplicador de odios e ignorancia. Al cura lo convirtieron en bendecidor de la maldad, y al ciudadano, al empresario y al trabajador los sumieron en la más miserable de todas las formas de indefensión.
El progreso se hace un imposible mientras presenciemos y aplaudamos el espectáculo de cómo se derrumban todas las instituciones: la constitucional, la militar, la judicial, la laboral, la del ahorro económico privado, la de la salud y la educación, la de los servicios públicos, la libertad cultural y de expresión e información, la libertad de mercados y emprendimiento de los medios productivos empezando por el minero-Energético y terminando por el agrícola e industrial, la administrativa y el manejo ortodoxo de las finanzas públicas. Etc., etc., etc.
La invasión de los Patos en los palacios del poder, espantó la inversión extranjera directa y la repatriación de capitales, amplificó inflación y devaluación, fomentó la evasión y las economías clandestinas, destruye la selva y las forestas tropicales, la biodiversidad, la salud pública y los cerebros de la juventud al legalizar la producción, el tráfico y consumo de drogas; y no contentos con todo lo anterior, destruyen uno a uno los activos rentables del Estado. Es así como una Pata cualquiera se da el lujo de destruir el valor de la milenaria Iguana que representa precisamente la riqueza para poder realizar la transición energética.
De ñapa parece también que no contentos con la destrucción de capital humano que representa el porvenir de la juventud para un país, si siguen deforestando para sembrar coca van a terminar con el agua que es nuestro más valioso pasaporte al futuro, y hasta también terminaran importándola de Venezuela.
Por tanto la gran pregunta es: ¿Seremos capaces de volver a levantar una institucionalidad democrática coherente y sana?
Y la respuesta es: Todo depende de si somos capaces de unirnos para elegir equipos de gente competente en las ciudades, y de seleccionar candidatos serios y no muñecos parlanchines ni delincuentes para integrar el próximo gobierno y el futuro parlamento, y también de que sea la Justicia capaz de ponerle el cascabel al Gato y pararle las cagadas al Pato