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Hace 50 años, una de las publicaciones más leídas en Latinoamérica era un ensayo -“manual de descolonización”, lo llamaban los autores- titulado “Para leer al Pato Donald”. Como se podrán imaginar, la obra era una diatriba antiyanqui, repleta de clisés marxistas, que buscaba explicar cómo las historietas de Disney no eran más que un reflejo de la ideología dominante: capitalismo, subordinación colonial, racismo y sumisión de género y cultura.
Visto desde ahora, hasta puede resultar simpático el asunto. Un exceso más de los locos años setenta. Como los pantalones bota-campana, los afros desproporcionados y la música disco. Hoy día, creería uno, nadie medianamente serio pensaría que Tribilín fuera “una metáfora del pensamiento burgués”.
Pero uno se equivocaría. Quienes gobiernan este país en la actualidad nunca han salido de la cosmovisión setentera, así pertenezcan a las cohortes de la generación Z. Es tal la anacronía que siguen empecinados en las utopías estatistas de antaño. Insisten en cosas como la reforma agraria, la banca estatal, la oficialización de los servicios públicos y así.
Una de estas taras es el sesgo anti-empresa privada. En el mundo de suma cero en que perviven lo que ganan los unos lo pierden los otros. No hay, por lo tanto, generación de valor común, que es la magia del mercado.
Esto es claramente palpable en el reciente escándalo asociado con la planta de agua Manantial en La Calera, perteneciente a la empresa Coca-Cola. Como el Pato Donald, la chispa de la vida ha sido un símbolo de todo lo que la izquierda radical aborrece. Ahora nos dicen que gracias a los yanquis nos estamos quedando sin agua en Bogotá, lo cual es una mentira descarada. La concesión de agua otorgada hace décadas por la CAR -no por el alcalde- es de 3.23 litros por segundo, más o menos la misma que se le permitiría a una empresa agrícola de mediano tamaño y proviene de una fuente hídrica que no tiene ninguna relación con el suministro a la capital.
Sin embargo, los agitadores del petrismo, financiados por el gobierno nacional, han intentado vender la especie de que el alcalde Galán es el responsable personal de la situación. Hasta han dicho que es socio de la empresa embotelladora, calumnia calcada de la maniobra de desprestigio que intentaron hace algunos años con Peñalosa, a quien lo acusaron de ser accionista de Volvo.
Si antes fue el ratón Mickey, hoy son Coca-Cola, Andrés Carne de Res, los Menonitas, Avianca y cualquier otro emprendimiento exitoso. En el fondo lo que hay detrás es un odio reprimido que prefiere la pobreza general a la prosperidad imperfecta. En la economía de mercado, es verdad, todos mejoran, pero unos lo hacen más rápido que otros.
El posible cierre de la planta de Manantial les dará una ruin satisfacción a los bodegueros del régimen, pero no mejorará un ápice la crisis hídrica en Bogotá ni en la zona. Se perderán, sí, cientos de empleos, pero eso no les importará. Mientras no se beneficien directamente, la deleitación con la destrucción de lo ajeno será siempre suficiente para colmar su descomunal resentimiento.