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Dicen que toda la política es local. Para la mayoría de las personas, la preocupación con lo público se reduce a la prestación de los servicios esenciales, la movilidad y la seguridad en sus cuadras adyacentes. En cuanto al Estado, lo que responderían si se preguntara con sinceridad, es que lo único que quieren es que se quite de su camino.
Por eso, los discursos de resentimiento proferidos por el primer mandatario solo acaban calando entre su base de iniciados. Expandir el virus de la vida por las estrellas del firmamento no resuena mucho con el señor que tiene que levantarse en Bosa a las cuatro de la mañana para agarrar dos horas de transporte público para ir al rebusque. O con la señora que después de una larga jornada de trabajo tiene que evadir atracadores rezando para que en su ausencia a su hija no la hayan manoseado unos rufianes.
Hace un año la elección de una cohorte de alcaldes desprovista de fundamentalismos fue un gran alivio para la ciudadanía. Los votantes escogieron a personas que representaran un regreso a la estabilidad y progreso perdidos. Los resultados de dicha decisión muestran con creces que fue la correcta.
No ha sido fácil para Galán afrontar incendios y racionamientos, que se suman a la guerra de baja intensidad que le han desatado desde la Casa de Nariño. Y, sin embargo, la ciudad avanza muy bien. En materia de infraestructura el destrabe de las obras es notoria y la construcción del metro va en cronograma para entregarse en 2027. Ojalá que la mezquindad del Presidente no lo paralice. En materia de salud, educación y vivienda los indicadores distritales son mucho mejores que los del gobierno nacional, a pesar del saboteo permanente. El electorado bogotano, siempre austero en su aprecio, califica a Galán mejor que sus antecesores.
Algo parecido le ocurre a Eder, quien ha tenido que lidiar con el nefasto legado de Jorge Iván Ospina. Unir a la ciudad después del desgarre causado por el llamado estallido social es un reto de marca mayor. En esto también los avances han sido significativos. La COP16, que ha sido el evento más importante de la ciudad desde los Panamericanos del 71, fue un fracaso diplomático de la fanática Muhamad, pero un éxito de su alcalde.
Alex, Fico, Dumek y Beltrán cierran el mosaico de alcaldes de las principales ciudades nacionales, todos con altos desempeños y sólida popularidad. Lo de Barranquilla sigue siendo impresionante en su desarrollo; Medellín ha salido de los cuidados intensivos en los que la dejó Quintero; Dumek demuestra que los políticos pueden ser grandes gestores -y que los “veedores ciudadanos” estilo Dau acaban siendo fracasos estruendosos- y que la decisión judicial en contra de Beltrán por doble militancia parece más bien una decisión politiquera que un fallo en derecho.
Afortunadamente el caos del Gobierno Nacional no se reproduce a nivel territorial. Será a través de estos alcaldes (y de otros como Rojas en Manizales y Casagua en Neiva) y de los gobernadores (Rey en Cundinamarca, Dilian en el Valle y Andrés Julián en Antioquia) que empezará en 2026 la reconstrucción del país.