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Analistas 04/09/2024

Capricho sin límites

El San Juan de Dios es un complejo de 24 edificaciones distribuidas en 13 hectáreas localizadas en el centro de Bogotá. Dejó de funcionar hace un par de décadas porque la politiquería y la avaricia sindical se lo carcomieron.

Con motivo de una acción popular en 2009 se ordenó al Distrito Capital, hoy propietario de los inmuebles, que realizara junto con el gobierno nacional esfuerzos para rehabilitar el centro hospitalario.

Durante la alcaldía de Peñalosa se diseñó un proyecto para remodelar el complejo, ajustándolo a los más altos estándares internacionales en materia de prestación de servicios de salud. Luego Claudia López firmó una alianza público-privada con la firma española Copasa donde se invertirían $123 millones de euros para construir y operar un hospital de alta complejidad con “46 consultorios en 27 especialidades, siete salas de cirugía, urgencias, UCI, diagnóstico por imagen y hospitalización con 314 camas”. En total 35.157 metros cuadrados al servicio de los bogotanos.

El contrato establecía que la obra tendría una duración de casi cuatro años y la operación se garantizaban por otros cinco, pero ahora, como van las cosas, no habrá hospital ni en los próximos veinte.

Lo que si habrán serán pleitos a tutiplén gracias a los caprichos de Petro. Resulta que una de las edificaciones del San Juan de Dios, la llamada “Torre Central” -un edificio de mala arquitectura construido a principios de los años 50- es estéticamente disfuncional con el entorno de estilo Beaux-Arts y, además, no cumple con las normas de sismo resistencia ni las especificaciones hospitalarias contemporáneas.

Sin embargo, incomprensiblemente, los minions en el Mincultura siguiendo instrucciones del presidente han negado la autorización para demoler la frondia torre -como proponen los concesionarios- para construir una nueva que sea armónica con el proyecto y más adecuada a la prestación del servicio sanitario.

Esto no solo derivó en dos arbitramentos con Copasa en los cuales Bogotá ha tenido que poner la cara sino que llevó a la arbitraria intervención de la Subred Centro-Oriente de Bogotá -la responsable del complejo San Juan de Dios- por parte de la Supersalud. La medida, que es desproporcionada y violatoria de la autonomía distrital, buscaba supuestamente la mejora del servicio, pero no había mucho que mejorar. La razón verdadera, según parece, estaba más por los lados de la terminación del contrato con los españoles, lo cual hicieron hace unos días con la complicidad del interventor.

San Agustín decía que nada es suficiente para quien no ha puesto límite a sus caprichos. Pocas cosas ilustran más la mezquindad petrista como el caso del San Juan de Dios. Es preferible mantener la Torre Central en pie -una ruina anodina e inútil- que garantizar la salud de millones de bogotanos con una nueva edificación. Este embrollo jurídico que tardará décadas en resolverse nos costará lo indecible en dinero y vidas. Ya vamos confirmando que para Petro lo que vale es imponer su razón sin que tenga remordimiento alguno por las consecuencias de sus actos.

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