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El próximo 7 de agosto el doctor Iván Duque estrenará su nueva ocupación: el ejercicio de la expresidencia.
López Michelsen decía que los expresidentes eran como muebles viejos, pero lo cierto es que los expresidentes colombianos se siguen comportando como presidentes así hubieran pasado décadas desde que ejercieron el poder. Hasta sus allegados se refieren a ellos como “presidente”, no como ex, y toda la parafernalia estatal los sigue acompañando: tienen pensión presidencial, edecanes, carros blindados y puestos permanentes en comisiones asesoras.
Sin embargo, esto no es, de lejos, el meollo del asunto. La insistencia en ser relevantes hace que se sigan inmiscuyendo en política, tal vez así no lo quieran. De pronto les pasa a todos los expresidentes lo que le pasaba al personaje de Michel Corleone en una escena de El Padrino III, donde reclama frustrado la imposibilidad de salirse de la mafia. “Justo cuando intentaba salirme, me vuelven a jalar hacia adentro”, dice desesperado antes de caerse al piso víctima de un infarto.
Esto bien podría ser. De pronto no es que los expresidentes quieran seguir en política, sino que los jalan hacia ella.
El expresidente Santos ha dicho de todas las maneras posibles que el santismo no existe y que está dedicado a cuidar a sus nietos y a montar en bicicleta. Sus contradictores no están de acuerdo. El uribismo está convencido de que Santos está detrás de todos los sucesos del país, desde la posible elección de Petro hasta la separación de Shakira y Piqué. Y, como la paranoia no se limita a relatar improbables conspiraciones en almuerzos y cocteles, sino que insisten en llenarlo de denuncias temerarias ante la Comisión de Acusaciones, pues al expresidente le toca ejercer como tal.
No se puede decir lo mismo de Uribe quien desde el principio se negó a retirarse a su finca de Montería a capar becerros. El guardián de los tres huevitos nunca se enteró de que su mandato había concluido en 2010 y persistió en seguir gobernando, así fuera por interpuesta persona, como si su sucesor no hubiera sido un Santos -con el legado de 100 años de conocimiento del poder a cuestas - sino un muñeco de ventrílocuo. Con el avance del proceso de paz con las Farc, que, valga decir, era el mismo proceso que Uribe había empezado en 2008, encontró un filón para montar una campaña de desprestigio. Convertido en el enemigo abstracto de los acuerdos -no porque no- casi triunfa en 2014 con OIZ y luego triunfó en 2018 con Duque.
Este último, como Samper, debe considerar que lo mejor de ser presidente es ser expresidente y se debe estar preparando para su nueva responsabilidad. Ha anunciado que quiere ser magistrado de la Corte Constitucional, aspiró fracasadamente a la dirección de ACNUR y seguramente ha pasado su hoja de vida para ser guitarrista de Maroon 5 o guacharaquero de Silvestre Dangond. Ojalá logre sus aspiraciones. Lo último que nos falta en estas circunstancias es otro expresidente metiendo sus narices en el gobierno para hacer lo que no hizo cuando tuvo la oportunidad.