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“El viento soplaba fuerte y arrastraba consigo las hojas de coca que el mamo Arwa Viku arrojaba sobre la ofrenda para sellar el ritual”, así relató El Tiempo lo acontecido el 2 de junio de 2012 en el páramo de Chingaza.
Después de ser rociado con agua de la represa el gerente del acueducto de Bogotá, Diego Bravo, se dirigió a la prensa y anunció que, por instrucciones el alcalde Gustavo Petro, no se construiría la segunda fase del principal embalse de agua potable de la ciudad. “No la necesitamos” fue la explicación.
Fast forward 12 años. El Alcalde de la capital nos anuncia que se nos viene un racionamiento de agua que durará quizás varios meses. La razón es que estamos en el fenómeno de El Niño y se ha aumentado el consumo.
El alcalde Galán no tiene la culpa de lo que está ocurriendo. Hace lo mejor que puede para administrar una grave situación que heredó.
Pero, ¿que heredó de quién? De Petro, por supuesto. Tanto El Niño como el aumento del consumo eran dos situaciones predecibles. La ampliación de Chingaza (en papeles desde finales del noventa) buscaba precisamente garantizar la seguridad hídrica de la ciudad en estos dos eventos. Y dicha obra, con ritual arhuaco y todo, fue pomposamente enterrada por los caprichos ideológicos del alcalde del momento, instrumentalizados por sus incompetentes facilitadores.
La razón no era que no se necesitara la construcción de Chingaza II, como ha quedado evidenciado con las medidas de racionamiento que vamos a padecer en la ciudad. Tampoco se trataba mitigar los efectos del cambio climático (¿qué mejor que un nuevo embalse para conservar agua escasa?).
Lo que estaba detrás era una revancha en contra de los constructores de vivienda en la sabana de Bogotá. Con hipocresía característica Petro quería parar a toda costa la construcción de urbanizaciones en las afueras de la capital, aunque él mismo fuera un beneficiario de ellas. Por esa razón una de las primeras medidas de su Alcaldía fue prohibir la venta de agua en bloque a los municipios vecinos.
Lamentablemente, el episodio de Chingaza II no será aislado. Será, más bien, el patrón al cual deberemos atenernos en los próximos años. Las mezquindades de Petro, derivadas de sus resentimientos, nos van a salir muy costosas. En algunos casos los daños los veremos rápido. Por ejemplo, la intervención ilegal de las EPS se traducirá en muertos prontamente. El marchitamiento del sector de hidrocarburos tardará un poco más, estaremos importando gas de Venezuela en tres años. El impacto de la tributación exorbitante a las empresas se traducirá en informalidad laboral. El deterioro de la seguridad, en violencia perene. Algunas de estas bombas de relojería explotarán en décadas, como la crisis pensional.
Lo importante por ahora es contener las actuaciones destructivas del primer mandatario. Luego debemos fijar las culpas correspondientes. La única manera de que el proceso de tierra arrasada que estamos padeciendo no se repita -o se glorifique por sus gestores- es determinar cómo, cuándo y cuál fue el daño causado y quienes fueron sus responsables.