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Los acólitos del régimen han dicho que la decisión de convocar a una consulta popular para impulsar su agenda legislativa constituye un acto de “audacia” por parte del Presidente, pero esto no es cierto. Más bien parece un acto de desesperación. La estrategia de enmermelar al congreso con el doble propósito de aprobar las reformas y construir el llamado “frente amplio” falló en su primera semana de implementación.
La verdad es que el Congreso ha sido generoso en la aprobación de leyes de la agenda gubernamental -como la tributaria y la pensional- muy a pesar de su inconveniencia. Calificar el acto de autonomía de una rama del poder público como un “bloqueo institucional” es una fantochería que sirve como excusa para saltarse los pesos y contrapesos de la democracia representativa.
Otros han dicho que la decisión de ocho senadores de frenar al Gobierno ha sido una provocación innecesaria. Falso. ¿Desde cuándo debe un parlamentario supeditar su buen juicio a los caprichos de un presidente desquiciado? Dar un bombón para calmar el berrinche del mocoso no sirve para enderezar el comportamiento de nadie.
Es cierto, sin embargo, que a Petro le gusta y le conviene el escenario de la calle para trasladar el debate de sus funestas reformas. Por eso se le vio casi eufórico cuando anunció la convocatoria a una consulta popular porque “le corresponde al pueblo romper esa dictadura…en el que tienen sumido al gobierno como una tenaza esperando dar el golpe de estado definitivo”.
Hasta para un agitador profesional, más cómodo en el discurso populachero que en la difícil labor de gobernar, adelantar la campaña de 2026 será una apuesta de alto riesgo. El Senado no se la pondrá fácil para dar el aval a la consulta y a las preguntas de esta. Puede, inclusive, negar la proposición, que sería lo que este columnista haría si estuviera en la posición de decidir. Por otra parte, nada parece indicar que los parlamentarios le vayan a caminar al cuestionario que el presidente tiene en la cabeza sino a uno que confeccionarán a su propia medida. Sería lo obvio en estas circunstancias.
Las consultas temáticas suelen convertirse en plebiscitos sobre el gobierno que las convoca. El plebiscito de la paz se perdió por unas inoportunas cartillas sobre ideología de género publicadas por la ministra de educación del momento. Y las reglas vigentes en Colombia sobre umbrales hacen que las iniciativas de participación directa sean difíciles de aprobar. El referendo de Uribe se perdió a pesar de la impresionante popularidad del mandatario; al igual que la consulta anticorrupción, que no tenía enemigo alguno.
Fue Sun Tzu el que dijo que no debías parar a tu enemigo cuando estuviera cometiendo errores. Como buen populista Petro confía en que a punta de labia ganará la consulta y de paso consolidará su proyecto político. Pero la historia y las matemáticas están en su contra. La oposición, hasta ahora orgánica, tendrá que organizarse para diseñar una respuesta unificada al guante lanzado por Petro en este indeseable, pero inevitable, duelo político.