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Como en una novela de Gustavo Bolívar, la trama se complica. Las andanzas del hijo del ejecutivo son expuestas por su exesposa, en venganza por un lío de faldas. Son 1.600 chats filtrados a la prensa donde se documentan montañas de efectivo, cajas fuertes, apartamentos millonarios, testaferros, contratos, narcotraficantes, presuntos asesinos y la repartición de cargos públicos como si fueran el gordo navideño. El acusado lo niega, pero su padre, en un afanado comunicado expedido minutos antes de las revelaciones, entrega su cabeza a las autoridades para que “pruebe su inocencia”, asumiendo de antemano que debe ser culpable de algo.
Pero la cosa no para allí. El mismo anuncio incluye a otro miembro de la familia presidencial. El hermanísimo del ejecutivo, sospechoso de estar inmiscuido en la venta a narcos y paras de tarjetas para salir-de-la-cárcel-gratis, parecidas a las que hay en los juegos de Monopolio. Existen, aparentemente, grabaciones acordando montos y beneficios. Esto sube la tensión en el relato, que llega a su punto álgido cuando el sujeto se reúne con docena y media de extraditables en un restaurante paisa, y, camuflados con pelucas y gafas oscuras, acuerdan sumarse a la llamada “Paz Total” con la ayuda de jugosos estipendios de nueve cifras.
¿Qué pasará en los próximos capítulos? No lo sabemos, el suspenso continúa. Probablemente vendrán indagatorias, arrestos, renuncias, recriminaciones, cortinas de humo, negaciones y, finalmente, confesiones vergonzantes. Es decir, toda la parafernalia de un escándalo mayúsculo que explotará mandando esquirlas por doquier.
Lo que sí es seguro es que toda la falsa narrativa sobre la cual Petro había edificado su carrera política se ha esfumado. Durante años el hoy presidente despotricó de lo que llamaba “las élites mafiosas” que, según su particular visión de la historia, “habían gobernado el país durante doscientos años” en su beneficio. Con su gobierno del “cambio”, esto quedaría atrás y se abriría una senda de progreso alejada del “neoliberalismo fascista” que nos llevaría a un edén donde “las nadies y los nadies” podrían, después de siglos de abandono, “vivir sabroso”.
Por ahora todo parece indicar que los únicos que están viviendo sabroso son los miembros de la familia presidencial y un manojo de enchufados. El resto de los colombianos tiene que lidiar con una inflación fuera de control, altas tasas de interés y una moneda devaluada. No hay trabajo y las empresas están paralizadas. Los secuestros se llaman ahora “cercos humanitarios”, mientras que la fuerza pública es asesinada impunemente. El sancocho de reformas se empantana en el congreso, sin que toda la producción nacional de mermelada alcance para destrabarlas. Y la popularidad presidencial cae en picada.
Ya sabemos con certeza que el “gobierno del cambio” es más de lo mismo. El daño que el experimento infligirá sobre el país será monumental, pero, a hoy, la posibilidad de que se perpetúe en el poder es bastante baja. Esto, por lo menos, será una de las pocas buenas noticias que oiremos por estos días.