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El llamado “acuerdo nacional” propuesto por el senador Iván Cepeda hace algunos días es una idea innecesaria e inconveniente.
Para empezar, la invitación que hace a “explorar los caminos desconocidos del entendimiento” no es original. Colombia tiene un largo historial de pactos de esta naturaleza, los cuales son útiles cuando resulta necesario restablecer el orden constitucional después del fin de una dictadura, como después de la caída de Melo, tras el quinquenio de Reyes y cuando se depuso a Rojas Pinilla.
En la actualidad no estamos frente a un escenario de estos. Nuestro sistema político, con todas sus imperfecciones, funciona razonablemente bien. En este momento gobierna un presidente que se dice de izquierda. Antes lo hizo uno que se decía era de derecha y previamente otro que se consideraba de centro. Mañana el péndulo se moverá en otra dirección. Ese es el devenir de la democracia liberal: la periódica alternación en el poder a través de elecciones libres y competitivas.
Las instituciones de la democracia liberal no son otra cosa que un sofisticado sistema de resolución de disputas. No hay que estar de acuerdo para vivir en democracia. Todo lo contrario: la democracia es el sistema que nos permite vivir en desacuerdo. Dirán, sin embargo, que antes que eso debemos tener un pacto esencial, lo que Álvaro Gómez llamó un acuerdo sobre lo fundamental. Pero ese ya lo tenemos. Está contenido en la constitución de 1991, que fue producto del proceso participativo más amplio de nuestra historia.
Sospecha uno que el llamado al “acuerdo nacional” propuesto por el senador Cepeda es, en el mejor de los casos, una maniobra para restaurar una gobernabilidad perdida por el petrismo y, en el peor, una trampa para subvertir por la puerta de atrás la institucionalidad vigente.
Cepeda propone una “mesa de diálogos” con el movimiento social y los gremios empresariales para consensuar las “reformas sociales” del gobierno. Esto ya se intentó y fue el propio presidente quien pateó el tablero. Además, el congreso no es un simple notario. Las leyes no se hacen en las calles o en los clubes sino en el Salón Elíptico del Congreso de la República.
Es probable que se use el “acuerdo nacional” como portaaviones para el aterrizaje de los protagonistas de la “paz total”, que incluyen bacrims y elenos. De ahí a que este engendre la soñada “convención nacional” del ELN con ínfulas constituyentes hay solo un paso. La tentación del gobierno para usar el escenario para imponer sus reformas o, inclusive, para prorrogar el mandato puede ser algo muy difícil de resistir.
Caveat emptor, comprador cuidado, decían los romanos cuando alguien les intentaba vender una mercancía desconocida. Haríamos bien en proceder con cautela ante esta propuesta, que puede resultar atractiva en la superficie, pero maligna en la esencia. Mejor sería que el pueblo colombiano decida en las urnas -y en su momento correspondiente- si quiere continuar en este tumultuoso cambio o prefiere la senda de progreso, lento pero seguro, que tanto le ha servido durante las últimas décadas.