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Lástima que se abolieron las marcas del gobierno porque esta hubiera sido una buena oportunidad para relanzar el slogan presidencial. No estamos en el gobierno del cambio, como nos llevan anunciando durante un año medio, sino en el gobierno del caos.
Nada ilustra mejor la negligencia gubernamental -y la diligencia experta con la cual evaden sus responsabilidades- que el episodio de los Juegos Panamericanos.
Después cincuenta años seríamos anfitriones del evento del ciclo olímpico más importante del continente. La elección de Barranquilla como sede era no solo un verdadero reconocimiento a los avances deportivos del país sino también del progreso de la ciudad más importante del caribe colombiano.
Pero la mezcla de mezquindad e incompetencia que caracteriza el proyecto petrista destruyó el sueño.
Desde el principio el presidente Petro cuestionó las gestas e hizo todo lo posible por descarrilar el proyecto. La razón, simplemente, era porque se trataba de un proyecto impulsado por el exalcalde Alex Char. Le importaba un bledo los compromisos contractuales del Estado colombiano y las expectativas de los barranquilleros, orgullosos como están de todos los avances de los últimos años. El único motivante era el saboteo a la gestión de un contradictor político, de la misma manera que lo ha hecho con las obras de infraestructura de Claudia López. Gracias a la cicatería de Petro está amenazado el metro de Bogotá y la ampliación de los accesos al norte de la ciudad.
Ayudó en el esfuerzo de boicoteo la incomparable inmoralidad y desidia de las ministras del ramo. La corrupción de María Isabel Urrutia fue de dimensiones centroafricanas. Mobuto Sese Seko y Jean-Bedel Bokassa hubieran estado orgullosos.
En la orgía contractual que antecedió su destitución se firmó de todo menos la apropiación presupuestal necesaria para que se realizaran los juegos. Se logró sí, que la sede olímpica fuera ampliada a otras ciudades del Caribe, para expandir la mermelada a Caicedo y los demás compinches del mandatario nacional. Este sapo se lo tragó Panam Sports pero lo que no se tragó fue el impago del gobierno nacional y de las otras ciudades, menos Barranquilla.
La tapa, sin embargo, ocurrió durante la gestión de Astrid Rodríguez. Nadie puede decir que no estábamos advertidos de la debacle en ciernes. Numerosos congresistas increparon públicamente a la ministra por los incumplimientos. Cuando ocurrió lo que iba a ocurrir, es decir se rescindió el contrato, entró en acción la operación guanumen de mentira y desprestigio.
Para repartir culpas el petrismo es único. Por un lado, las bodegas señalaron a Duque -cuando llevan año y medio en la Casa de Nariño- y a la alcaldía de Pumarejo. Luego viraron hacia el “todo fue a mis espaldas” y Petro mando una carta pidiendo cacao. Ahora piden mediador internacional para palanquear una reversión de la decisión, lo cual solo profundizará el oso mundial.
En este gobierno del caos, la destrucción y el daño será espectacular. Tenemos el deber evitarlo. Y de prepararnos para cuando termine esta horrible noche.