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Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, como dicen. Una cosa es la discusión sobre la detención preventiva de Uribe en el marco de una investigación por fraude procesal y soborno y otra, muy diferente, es la narrativa falsa que se intenta construir para deslegitimar la decisión -probablemente equivocada y, sin duda, controversial- de ordenar la detención del expresidente.
La narrativa en los círculos uribistas parte de un dogma fundacional: todo es el resultado de un pacto entre Santos y las Farc, acordado en La Habana, para borrar el legado de Uribe y silenciar su voz. De ese complot, según el uribismo, hacen parte las altas cortes, quienes actúan como sicarios jurídicos disparando sentencias en contra de los defensores del estado de opinión. Esto explica el encarcelamiento de Andrés Felipe Arias, el desconocimiento del resultado del plebiscito, la investigación de las chuzadas, el escándalo del hacker, la fuga de Santrich y, ahora, en la prueba fehaciente de que todo estaba planeado, el encierro de Uribe.
Todo lo anterior es falso, fake news, ni siquiera, como diría Kellyann Conway, asesora de comunicaciones de Trump, “hechos alternativos”. Estas son, simplemente, mentiras puras y duras. Tienen tracción, como todos los mitos, porque se edifican sobre rescoldos de verdad pero que son, en el fondo, fabricaciones de la imaginación útiles para el sosiego sicológico de quienes las entretienen.
Aunque la pena impuesta resulte desproporcionada, vindicativa y quizás violatoria del debido del proceso (fue de única instancia), Arias fue condenado porque prevaricó en la adjudicación de un programa de gobierno.
El resultado del plebiscito no se desconoció. En un acto de integridad patriótica el presidente Santos, conocidos los resultados del 2 de octubre, inició un proceso de renegociación que resultó en un nuevo acuerdo que fue sometido al proceso de incorporación determinado por la constitución, primero en el congreso y luego en la corte constitucional. Las fuerzas de la oposición participaron en la renegociación, vieron la mayoría de sus reparos incorporados en el nuevo acuerdo y, por razones de oportunismo electoral, se negaron a participar en su ratificación. Hubiera sido una tragedia nacional, solo comparable con la negación del tratado Herrán-Hay -que provocó en la separación de Panamá- haber echo trizas los acuerdos, como aspiraban algunos guerreristas fanáticos.
Podríamos seguir. Las chuzadas existieron, el DAS era un nido de ratas y Sepúlveda era un hacker al servicio del mejor postor. Si bien no hay claridad sobre los detalles de cada uno de estos incidentes es ridículo pensar que todo ha sido un gran complot maquinado en La Habana para destruir el legado del presidente eterno, como parecen creer los uribistas de hueso de colorado. En últimas son las teorías conspirativas -el refugio de los ignorantes- y la continua refriega politiquera, lo que atenta contra la obra de Uribe, clave en el rescate del país durante los oscuros años del principio del siglo.