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Cualquiera que viva en Colombia ha padecido el fenómeno. La fiesta está en su mejor momento, la música es la adecuada, el público se divierte y el alcohol fluye sin excesos. De pronto alguien hace la sugerencia esperada: “vámonos de esta fiesta porque que hay otra mejor a la vuelta de la esquina”.
Es lo que podríamos llamar el “síndrome de vámonos-de-aquí-porque-la-estamos-pasando-muy-bueno”, patología colombiana descrita por Alfonso López Michelsen que permanece sin tratamiento conocido y que ahora, en el gobierno del cambio, parece hacer adquirido características epidémicas.
No basta con tener una de las matrices energéticas más limpias del planeta y un sistema de generación, transporte y distribución de energía que es modelo regional. Las desgracias estatistas de hace treinta años -que ahora quieren revivir- nos llevaron a apagones ahora olvidados. Para mover un switch e iluminar una casa se necesitan inversiones billonarias ininterrumpidas durante décadas. Se requieren, además, incentivos de mercado que atraigan capital privado y regulaciones técnicas que fijen reglas de juego estables.
La fiesta de la energía estable, limpia y económica está demasiado buena como para quedarse. Ahora, capitaneados por funcionarios que confunden la gimnasia con la magnesia, vamos a improvisar con quién sabe qué. ¿Molinos de viento o celdas fotovoltaicas, como las que garantizarán que Europa se congele este invierno? ¿Importación de gas venezolano para depender del régimen de Maduro? ¿Hidrógeno, energía emanada de los volcanes, o, quizás, hasta nos podríamos iluminar con el polvo de las estrellas?
Lo mismo pasa con el excelente sistema de salud público-privado que tenemos. Cubre al 99% de la población, con 97% de las tecnologías médicas disponibles y con un menor gasto de bolsillo que el promedio de países de la Ocde. Presta en sus 63.000 centros de atención 2,2 millones de consultas diarias, teniendo, además, ¡23 de los 60 mejores hospitales de Latinoamérica! Junto con la China y la India, Colombia fue uno de los países que en los últimos 10 años más aumentó su expectativa de vida. Pero esta fiesta también hay que abandonarla. Basta con ahorcar financieramente a las aseguradoras para luego declararlas en quiebra y sustituirlas con un pagador estatal único. Como el Seguro Social de antaño, que le funcionaba tan bien a los políticos manilargos y a los oligarcas de overol.
En cuanto al sistema pensional, en vez de corregir el aberrante privilegio de las mega pensiones de congresistas y magistrados, que las pagan los más pobres, se busca expropiar el flujo del ahorro privado para destinarlo a unos cuestionables subsidios a la vejez. Aunque loable la idea, los jóvenes que la aplauden deberán saber que lo que Petro propone repartir para ganar puntos políticos serán sus futuras mesadas pensionales.
Malcolm Deas recordaba en una entrevista hace unos días una frase de Lord Falkland, estadista inglés del siglo XVII: “Si las cosas tienen que cambiar, hay que cambiarlas. Si no, es muy importante no cambiarlas”. Bien harían los que quieren vivir sabroso en escuchar estas sabias palabras.