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Hace algo más de 20 años Plinio Apuleyo Mendoza pronosticó que el futuro del chavismo estaba en replicar las autocracias petroleras del Medio Oriente. Por allá cuando el movimiento ganaba elecciones a tutiplén y una parte importante de la izquierda celebraba la revolución bolivariana como un triunfo de la justicia social.
No vale la pena recordar el descenso de Venezuela hacia la dictadura, pero los síntomas de este desenlace estaban allí desde el principio. Solo quienes tenían nublada la razón por sesgos ideológicos se negaban a verlos.
Ahora, el régimen chavista tiene solo dos caminos. O reconoce el triunfo abrumador de la oposición en las elecciones y maniobra algún tipo de acuerdo para ir abandonando el poder, o se olvida de las formas democráticas e implanta autocracia en serio.
No digo como Cuba, aunque los mismos agentes cubanos que son el poder detrás de Maduro quisieran que ese fuera el camino y los radicales del régimen quizás también.
Implementar un estado estalinista era viable en los años sesenta por la sombrilla nuclear soviética y porque Cuba es una isla. En Venezuela esto difícilmente será posible. Lo que quiere decir que el régimen tendrá que seguir otro modelo, tal vez menos brutal pero igualmente autocrático.
El chavismo tiene, como decíamos, varios ejemplos. Los de las dictaduras del Medio Oriente, basadas en partidos únicos, control absoluto de la sociedad, un estado policial, ingresos petroleros y, en el caso de Irán, en el fundamentalismo religioso. Pero también podría seguir los pasos de la dupleta Ortega-Murillo en Nicaragua, que consolidó un régimen neo-somocista. Aplastó a la sociedad civil, expulsó a las jerarquías eclesiásticas y edificó una cleptocracia empresarial, todo con el apoyo cómplice de las fuerzas armadas.
Este es el modelo full Nicaragua, el cual es posible en estos momentos por la decadencia relativa de los Estados Unidos, la debilidad de las organizaciones multilaterales de la región y por la gestación de un eje antioccidental en asenso liderado por Rusia y China.
Lo que el resultado electoral del 28J logró -junto con la admirable valentía de María Corina Machado y compañía- fue forzar la mano del chavismo. Por mucho que algunos sacamicas hubieran avalado la transparencia “del mejor sistema electoral del mundo” al régimen se le cayó la máscara de una vez y para siempre.
De no emprender un proceso de abandono ordenado del poder el chavismo tiene que subir varios grados el nivel de represión. La pregunta será, entonces, sin las fuerzas de seguridad bolivarianas, hasta ahora beneficiarias netas de la corrupción rampante, están dispuestas a propiciar un baño de sangre. Porque el “full Nicaragua” en Venezuela, con 70% de la población en contra de la dictadura, será más duro y traumático.
Hay razones para creer que el régimen no tiene la capacidad -ni el ejército el estómago- para encarcelar a decenas de miles de personas, matar a otro tanto y arrasar a la sociedad civil. Esperamos que sea así.