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En algún momento el próximo año, quizás durante el primer semestre, el presidente Petro tendrá que tomar una decisión.
O sigue por el camino de la ortodoxia económica que ha sido la tradición colombiana, lo que implica respetar la regla fiscal, combatir la inflación, mantener libertad cambiaria, dejar los precios al mercado y respetar los compromisos comerciales internacionales. O se va por otro lado. Digamos que podría ser el camino argentino: autarquía económica, control de cambios, regulación de precios, subsidios desmedidos, repudio de la deuda pública, emisión ilimitada de moneda e hiperinflación.
El primer indicio de la ruta a escoger será la fijación del salario mínimo del año entrante. Si el aumento es de menos de 15%, lo que sería el IPC más unos puntos de productividad, estaremos en el terreno de lo aceptable. Cualquier cosa superior quiere decir que el gobierno está dispuesto a pagar con inflación sus réditos políticos de corto plazo.
El segundo será la adición presupuestal anunciada. El tamaño y características de este mega paquete de gasto tiene mucho que ver con la necesidad de mostrar resultados en las elecciones regionales de octubre de 2023. El ministro de hacienda ha empeñado su palabra en el cumplimiento de la regla fiscal pero las presiones políticas -con el pretexto de la ola invernal- pueden llevar a que el gobierno solicite la suspensión temporal de la norma. Como ya hemos dicho en esta columna, esto sería el primer paso hacia la argentinización de la economía colombiana.
El tercero será la naturaleza de la reforma pensional. El sistema de pilares propuesto le libera al gobierno unos $17 billones anuales para gastar (en inconvenientes subsidios a la clase media, como el de la gasolina o el Soat, por ejemplo) y marchita los fondos privados de pensiones. Sin esos montos el mercado de TES perderá liquidez, afectando a los tenedores. Ya veremos qué hacen los fondos extranjeros con los $121 billones que tienen en el bolsillo. Cualquier señal de que esa platica se puede embolatar y la estabilidad macroeconómica de la nación sale volando por los aires.
El cuarto será la reforma laboral. Además de las consabidas medidas antiempleo, consistentes en mayores costos y rigidez en la contratación, la reforma buscará fortalecer a los sindicatos. Esto no es tan inocente como parece. Si fuera para mejorar la calidad de vida de los trabajadores, bienvenida la idea. Sin embargo, lo que se busca es crear una base política que parasite del aparato económico público y privado a cambio del apoyo incondicional al régimen. Ojalá no veamos el regreso de esas oligarquías del overol que ahorcaron a Ferrocarriles Nacionales, a Colpuertos, el ISS y a Telecom.
Pronto sabremos cual será el camino escogido, si el de la estabilidad macroeconómica, que le ha permitido a Colombia sacar a la mitad de su población de la pobreza en los últimos 25 años o el del populismo burocrático argentino que en setenta años convirtió a la octava economía del mundo en un paciente crónico del Fondo Monetario Internacional.