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Analistas 17/11/2021

Moros en la costa

La República Más

En su momento era una de las empresas de alimentos más grandes del país. No había hogar o tienda, por humilde y alejada, que no tuviera sus productos en las estanterías. Sus marcas eran reconocidas por todos, millones de consumidores podían cantar de memoria los jingles de las propagandas que habían marcado su infancia, su presencia era casi un sinónimo de bienestar y de espíritu hogareño, tan sólida y duradera como la patria y la bandera.

Hasta que llegaron los compradores a tocar la puerta sin invitación. En retrospectiva la oferta hostil parecía obvia, casi inevitable, pero cuando llegó a todos los tomó por sorpresa. La empresa venía dormida en sus laureles, recostada en una cómoda posición de mercado, con unos ejecutivos más interesados en conservar sus puestos y en recoger gruesos bonos al final del año que en generar valor. Mientras tanto los accionistas, anestesiados por la inercia, no parecían reaccionar ante la postración, guardando calladamente su insatisfacción mientras recogían modestos dividendos al final del año y se consolaban con las numerosas, pero finalmente decorativas, iniciativas de responsabilidad social empresarial que la administración desplegaba año tras año.

Los gestores de la ofensiva bursátil -corsarios corporativos los llamó la prensa- no estaban pintados en la pared, eran agresivos, audaces y experimentados en este tipo de incursiones; donde ponían el ojo, ponían la bala, usualmente con resultados fatales para sus objetivos. Además, habían tenido en el pasado algunas desavenencias con la administración de la empresa y la movida actual tenía, no solo un impecable sentido financiero, sino también un tufillo de revancha.

La batalla fue titánica, la primera reacción de la administración fue defender sus murallas con un ejército de abogados y banqueros de inversión. Esto le permitió responder las salvas billonarias con otras de igual calibre, pero los atacantes estaban preparados para una lucha prolongada. Sabían que era cuestión de tiempo y, sobre todo, de dinero. Llegaría un punto en el cual el deber fiduciario de los administradores los obligaría a aceptar una oferta por desagradable que les parecieran sus contrapartes y por confortables que estuvieran en sus respectivas disposiciones corporativas.

Al final la compra de RJR Nabisco por parte de Kohlberg Kravis Roberts & Co. (KKR) en el otoño de 1988 acabó siendo, hasta ese momento, la compra apalancada más grande la historia. La operación marcó un antes y después en el mercado bursátil de los Estados Unidos, dejando claro que cualquier empresa que no tuviera una obsesión por la generación de valor sería presa fácil de una toma hostil o de una restructuración.

Hoy día KKR vale cerca de 45 millardos de dólares siendo una de las 500 empresas mas valiosas del mundo. RJR Nabisco dejó de existir, sus ejecutivos pasaron a pensión forzosa y algunas de sus marcas pertenecen a Mondelez.

Cualquier parecido con la actual realidad empresarial colombiana es pura coincidencia.

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