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“Pueden llorar o pueden gritar, de malas” nos dijo desafiante hace unos meses la vicepresidente cuando se le preguntó sobre sus desplazamientos en un helicóptero oficial a su elegante casa de campo en Dapa, en el norte del Valle. El comentario mereció toda clase oprobios y hasta una pegajosa canción-burla del músico afro Manu Victoria, que ha sido un éxito musical.
Ahora parece que el tono ha cambiado, aunque luce poco aleccionada con el faux pas. En una entrevista reciente en Cambio la doctora Márquez nos explicó que todo el episodio fue una treta de los periodistas de la élite para deslegitimarla ante la sociedad “con una narrativa que nace en el racismo y el machismo”.
“Me quieren mostrar como incapaz, como inútil, solo para socavar mi imagen y las posibilidades de que las mujeres, los negros, los pobres podamos ejercer roles de poder”, nos dijo, sin reflexionar sobre la sustancia de los cuestionamientos, que son, entre otras, los mismos que se les hacen consuetudinariamente a los mandatarios colombianos (Gaviria, Santos y Duque, recuerden, tuvieron que dar explicaciones sobre el uso de las aeronaves oficiales).
El episodio es interesante porque refleja en miniatura la desconexión de este gobierno con las realidades nacionales.
En la citada entrevista la vicepresidente, además de justificar los fracasos de su gestión en supuestos actos de machismo y racismo, nos informa que la falta de resultados se debe a “las trabas y las trampas del establecimiento” que están “tan abigarradas, y están hechas para que nada pueda cambiar”. Para cada acción, dice la funcionaria “hay un poco de trámites que dan vuelta por todas las instituciones, y eso hace casi que imposible tomar la decisión de invertir en un proyecto que le cambie la vida a una comunidad”.
Nada de autocrítica, nada de reflexión profunda sobre la creciente impopularidad del proyecto petrista, evidente en las encuestas y confirmada en las urnas. Todo, como suele ocurrir con los activistas convertidos en mandatarios frustrados con su propia incompetencia, es pura autovictimización.
Callada estuvo la doctora Márquez sobre el leviatán burocrático que le edificaron para saciar sus caprichos administrativos; un mega ministerio que han llamado de la “Igualdad”, que tiene cinco viceministerios con medio billón de presupuesto (más que Justicia, Transporte y TIC), que ya veremos si no se corroe rápidamente de corrupción y despilfarro.
Es una fina ironía, además, que la funcionaria atribuya a maniobras del “establecimiento” la kafkiana normatividad contractual colombiana que ha sido construida en buena medida por activistas como ella. Nada más entorpecedor a la gestión estatal que las consultas previas y las imposibles licencias ambientales que ahora como un bumerán sin control vienen a cortarle la mano a quienes se las inventaron.
Gobernar en una democracia es difícil. Se requiere de experiencia, mesura y persistencia. Lamentablemente no la veremos en esta cohorte. Esperemos que las lecciones de este fracaso queden aprendidas y que no caigamos en un par de años en nuevas frustraciones.