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En 1999 el país vivía una crisis institucional derivada de una debacle económica auto infligida y de un problema mayúsculo de orden público generado por un mal diseñado e implementado proceso de paz con las Farc.
En ese entonces la gran pifia del gobierno consistió en una propuesta de revocatoria del Congreso que se le devolvió como un bumerán cuando el Congreso propuso incluir en la misma al presidente. Fueron tan solo horas las que pasaron antes de que Pastrana retirara la iniciativa y, básicamente, pactara con la oposición una cohabitación.
De este viraje resultó Juan Manuel Santos designado como ministro de Hacienda y, en tal calidad, enderezó la economía y adelantó las reformas pensionales y tributarias que estabilizaron las finanzas públicas. Un dato interesante del episodio tiene que ver con un asistente junior que trabajaba en el despacho del ministro en ese entonces, un joven de nombre Iván Duque, quien fue testigo de las maniobras políticas y, en últimas, beneficiario de ellas, porque Santos lo acabó proponiendo para ocupar un cargo en el BID.
Esta vez las cosas parecen más complicadas. Aunque hay zozobra, desasosiego, temor e incertidumbre, al igual que en 1999, la fuente del problema no reside en equivocaciones económicas o amenazas terroristas sino en el manejo de una enfermedad que no tiene precedente.
Además, las redes sociales, el crecimiento de la clase media (ahora en riesgo por la pandemia), la erosión de los partidos y el desgaste de las instituciones hacen que los acuerdos partidistas, antes efectivos para solventar coyunturas políticas ahora sean mas difíciles.
Lo peor, sin embargo, es que ni siquiera se está intentando. Parecería que en el Palacio de Nariño sufren de un extraño síndrome de oído de artillero. Los cacerolazos de noviembre de 2019 eran una alerta sobre la creciente insatisfacción social, pero el gobierno no los escuchó. Prefirió ignorarlos, echándole la culpa al mandatario anterior o atribuyéndolos a berrinches de la oposición. El covid congeló durante un rato la ebullición, pero esta regresó con más fuerza, para sorpresa del gobierno, el cual flota en una dimensión alternativa donde el manejo de la pandemia ha sido acertado, las vacunas se compraron a tiempo, el programa de inoculación marcha ejemplarmente, la economía sigue campante, el presidente es popular y la recuperación está a la vuelta de la esquina.
Quizás esto explique por qué, en vez de intentar un pacto con las fuerzas políticas como el que salvó la presidencia de Pastrana, ante la defenestración del ministro Carrasquilla la solución sea intentar un enroque entre miembros del gabinete; lo que equivale, no a cambiar las caras en los carros oficiales, como decía López, sino a cambiar los carros oficiales y dejar las mismas caras.
Sin un rediseño radical de la coalición de gobierno será muy difícil estabilizar las instituciones tambaleantes. Olvídense de cualquier reforma, como van las cosas este gobierno se dará por bien librado si llega en una pieza al 7 de agosto 2022.