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Perder no es ganar un poco, como diría Maturana. Perder es perder. Y Gustavo Petro y su movimiento político, el Pacto Histórico, perdieron en grande el pasado domingo. Claro, nunca lo van a aceptar. Una revisión sumaria de las cuentas de X de los dirigentes petristas, entre ellas la del primer mandatario, daría a entender que todo salió a las mil maravillas y que el proyecto gubernamental navega viento en popa.
Los datos, sin embargo, dicen otra cosa. Perdieron todas las capitales y todos los departamentos importantes. En Bogotá, que había sido desde hace 20 años un bastión de la izquierda, 80% de los votantes rechazaron al candidato oficial. El tercer puesto de Gustavo Bolívar y la victoria de Galán en la primera vuelta son un bofetada capitalina a las aspiraciones de continuidad del petrismo.
Sin embargo, más allá de las cifras, el golpe al régimen es más de fondo. Los acólitos han sido ágiles en recordar que una derrota en las regionales no significa gran cosa. Uribe tuvo a Lucho, Santos al mismo Petro y Duque a Claudia López, y los tres ejercieron sus mandatos sin grandes sobresaltos, pero esto desconoce una diferencia importante entre los anteriores presidentes y el actual.
Petro ha fundamentado su legitimidad no en la institucionalidad democrática sino en el supuesto apoyo de las masas populares. Él, en su cosmovisión, se atribuye a sí mismo la encarnación del pueblo colombiano irredento. Esta fantasía ha sido cruelmente desengañada por los resultados electorales. El pueblo habló con contundencia para decir que reprueba las políticas gubernamentales y la actitud divisiva y pendenciera con la cual las impulsa.
Nada más diciente que el rechazo a la guerra de clases motivada desde el Palacio Nariño. La elección de Eder y de Char demuestra que la gente lo que quiere son buenos gobernantes sin importarle si son ricos o no. Tampoco caló el cuento de las “mafias” y los “clanes”. Es de vulgar hipocresía acusar a Galán de politiquería cuando se tiene al primogénito preso por recibirle plata a unos narcotraficantes. Y la elección de la dupla Rendón-Fico en Antioquia y su capital, para no hablar del autodenominado “Bukele Colombiano” -ahora alcalde de Bucaramanga- confirma que el engendro petrista de la “Paz Total” ha hecho que el tema de la seguridad sea nuevamente el más importante para los colombianos.
La rama de olivo que Petro envió a los recién elegidos en la noche electoral durará hasta la próxima visita a un resguardo indígena o una comunidad campesina. Allí, como es costumbre, desdoblará su personalidad para escupir nuevamente bilis y odio. En el universo paralelo que habita, el presidente insistirá en que tiene de su lado el fervor popular, que lo apremia a persistir en sus reformas para salvaguardar la vida de las amenazas conformadas por los mercaderes capitalistas de la muerte, o algo por el estilo.
Y se iniciará un nuevo ciclo de tensión entre el gobierno nacional y los mandatarios regionales, quienes se verán obligados a lidiar durante algo más de la mitad de su mandato con los caprichos presidenciales, siempre impredecibles y siempre irracionales.