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Empezamos el año con anuncios de una nueva reforma tributaria como si la que acabaran de aprobar hace unos cuantos meses con sus $15 billones de recaudo nuevo no hubiera sido suficiente.
Ahora, el Ministro de Salud reitera la necesidad de otro ajuste de impuestos para financiar la monstruosa reforma sanitaria en la cual está empeñado. “Que los ricos pongan” fue la frase que utilizó para justificar la iniciativa.
Este anuncio no debería sorprender y la explicación ministerial tampoco. En la cosmovisión petrista la economía es de suma cero. Creen, como creía Marx a mediados del siglo XIX, que las cosas valen por el trabajo incorporado en ellas. Esto quiere decir que el capitalista (que es lo mismo que los “ricos”) se apropia de la plusvalía generada por los trabajadores. O, dicho de otra forma, el rico acaba siendo rico porque le ha quitado a los más pobres el fruto de su trabajo.
Por lo tanto, una manera de hacer justicia social es obligar a esos ricos -que se han enriquecido a costillas de los más vulnerables, según esa teoría- a que devuelvan parte de lo que se apropiaron, sino ilegalmente, por lo menos sí inmoralmente. “Dejen algo” es como Francia Márquez ha resumido la petición.
El problema con esta forma de ver el mundo es que está equivocada. La economía no es de suma cero y las cosas no valen por el trabajo incorporado en ellas, sino por su percibida utilidad.
Entre más se produzcan bienes y servicios por parte de las empresas -que a su vez son de propiedad de empresarios capitalistas- habrá más empleo y si hay más empleo, éste será mejor remunerado y habrá entonces más consumidores para comprar esos mismos bienes y servicios. En un ciclo virtuoso que hace que la torta económica crezca para todos.
Aunque elemental, lo anterior choca con la preconcepciones del petrismo, fincadas en ideologías desuetas e hirsutas. Prefieren insistir en que el problema de la economía colombiana es uno de campesinos sin tierra (como lo fue quizás hace 70 años) y no de tierra sin campesinos (como lo es ahora). Celebran la economía popular sin considerar que buena parte de la misma es informalidad pura, alérgica al cumplimiento de las más básicas normas laborales, ambientales y fiscales. Promueven la industrialización, pero suben los costos laborales, amenazan con nuevos impuestos y generan toda clase de trabas a los nuevos proyectos. Hablan de energías limpias y de infraestructura, pero sabotean cualquier iniciativa insistiendo en que estas megainversiones las hagan unas politizadas juntas de acción comunal. Piden vivienda digna y barata, pero recortan los subsidios a las constructoras para destinarlos a paupérrimos proyectos de autoconstrucción. Atacan a los bancos, pero demandan una mayor inclusión financiera de la población.
El problema de este gobierno es uno de distorsión de la realidad por sesgos ideológicos. Gustavo Petro no ha cambiado un ápice su manera de ver el mundo desde que era una estudiante de colegio en Zipaquirá, hace casi medio siglo, y nada indica que esto vaya ser diferente en los años por venir.