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El único monumento que celebra la apertura del túnel de la línea es un busto a Andrés Uriel Gallego, “el ingeniero de los grandes proyectos y de la Colombia profunda”, según reza la placa al pie del homenaje.
La pieza, elaborada por el Invías, ha causado entendible estupor: el túnel de la línea no se hizo por Andrés Uriel sino a pesar de Andrés Uriel.
Como lo dijo Vargas Lleras -cuyo busto sí debería estar colocado a la entrada del túnel, porque fue él quien salvó el proyecto- “el gobierno Santos recibió este desastre con 1% ejecutado y lo entregó en agosto de 2018 con un avance de más de 80%” donde, “en plata blanca, el gobierno Uribe puso en esta obra 190.000 millones; el de Santos, casi $2 billones, y el de Duque, $760.000 millones […]. En total, más de cinco veces el presupuesto original”.
Durante los ocho años del ingeniero Andrés Uriel se despilfarró una oportunidad única para la construcción de grandes proyectos de infraestructura, algo que la mente provinciana y mediocre del entonces ministro de transporte difícilmente podía concebir. En vez de grandes autopistas, viaductos y puentes acabamos con la doble calzada Bogotá-Girardot de los Nule, con la llegada al país de Odebrecht y con el plan de 2500, que consistió en dar contraticos de pavimentación vial a los políticos para que hicieran fiestas.
Andrés Uriel también perfeccionó la vieja tradición de los “pueblos Potemkin”, pero, esta vez, poniendo maquinaria y vallas en las carreteras que llevaban a los consejos comunitarios para que la caravana presidencial quedara impresionada por los avances de las obras inexistentes. Cuando la operación fallaba, porque los alcaldes se rehusaban a aceptar el engaño y ponían la queja en medio del evento televisado, procedía un humillante regaño público por parte del primer mandatario al ministro de transporte, que cualquier otro mortal hubiera encontrado inaceptable. No Andrés Uriel, quien recibía el escarmiento como quien viste un cilio y seguía adelante, convirtiéndose en el campeón mundial de las dobles calzadas discontinuas y de las obras inconclusas.
El busto a Andrés Uriel como el gestor principal del túnel de la línea no sería más que una desagradable anécdota si no fuera parte de lo que parece un esfuerzo más consistente en rescribir la historia reciente. Más preocupante es la insistencia de algunos sectores en afirmar que el proceso de paz con las Farc nunca existió y que todo fue una gran farsa para que Santos se ganara el premio nobel.
La desmovilización, desarme y reincorporación de las Farc es el hecho histórico más importante del país en los últimos 50 años (la Constitución de 91 puede ser el otro). Durante los años previos a la firma del acuerdo y, especialmente, después de 2016, la reducción de la violencia es indiscutible. El gobierno no debe caer en la tentación de negar los resultados del proceso de paz para justificar el escalamiento de las muertes, lo que debe hacer es acelerar la implementación de las fórmulas acordadas para lograr una paz estable y duradera.