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Cuando inicié la universidad a mediados de los años 80 el Frente Nacional era una mala palabra. El profesor Mario Latorre Rueda, quien sería uno de los ideólogos del esquema gobierno-oposición de Barco, le atribuía todos los males de la Nación. Por esa misma época se puso de moda la “violentología”, una sub disciplina muy particular de la ciencia política criolla, que explicaba el conflicto colombiano como una reacción al bloqueo político que imponía, lo que se consideraba, un desdeñable pacto de élites bogotanas.
Los estudiantes de la Séptima Papeleta, -movimiento del cual formé parte-, estábamos embebidos en esta idea y considerábamos que se necesitaba romper el bipartidismo asfixiante para restaurar un sistema democrático que permitiera a todos los actores participar en política, sin la necesidad de acudir a las armas.
Craso error. Más de un cuarto de siglo después, es claro que esta era una idea equivocada. El fraccionamiento de los partidos tradicionales que promovió la Constitución de 1991 no mejoró la política, sino que la hizo más caótica. Pasamos de dos partidos que se hablaban entre ellos, a cientos de partidos de garaje que competían en la extorsión del ejecutivo y, ahora, a media docena que no se pueden ni ver.
No todo el caos, por supuesto, se debe al marco constitucional. Las redes sociales han contribuido a la polarización en todo el mundo y los políticos más exitosos del momento (Trump, Farage, LePen, Iglesias, Duterte, et.al.) son los que la explotan más efectivamente, a pesar de que el resultado final es la parálisis del gobierno, como lo demuestra el Brexit o las elecciones inconclusas de España.
En Colombia, históricamente, el deterioro de la civilidad política no se traduce en una política más agria y en un gobierno menos efectivo -aunque eso también ocurre- sino en violencia. La lección de los años 40 no la aprendieron los violentólogos de los 80. De conocerla mejor, hubieran concluido que lo que genera violencia en Colombia no es la inflexibilidad del sistema político, que nunca fue tal, sino la polarización creciente de los actores políticos. Cuando esto sucede la política se convierte en un juego de todo o nada. La víctima de esto es la alternación democrática, porque las fuerzas en el poder harán todo lo que esta a su alcance para mantenerse en él y las que están por fuera harán todo lo posible para sacarlos.
Quienes promueven la polarización, desde la izquierda y la derecha, usan el coco del Frente Nacional para demeritar cualquier acuerdo que busque entendimiento entre las facciones políticas. No hay que caer en la trampa. La polarización es la principal explicación del amorcillamiento de la economía y pronto afectará otros frentes, como el internacional y el de seguridad. El presidente Duque debe insistir en el acuerdo nacional que ha anunciado, el cual, obviamente, será con sus contradictores, no con sus amigos. Hacer un pacto de esta naturaleza requiere de paciencia, persistencia y humildad. Manos a la obra, entre más pronto se haga, será mejor.