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Susana Muhamad le declaró la guerra a Bogotá y va ganando. Como el general Guderian, la ministra va dirigiendo su blitzkrieg en contra de la ciudad indefensa. Sus tropas de choque avanzan blandiendo decretos y resoluciones, esta vez no en nombre del lebensraum, sino del ambientalismo extremo.
La destrucción será total. Su Reich de los Mil Años será el paraíso del anti-progreso. Si por ella fuera retrotraeríamos la capital a lo que fue la meseta del Zipa antes de los conquistadores.
No importa que en la urbe y sus alrededores convivan diez millones de seres humanos en búsqueda de mejores oportunidades laborales, vivienda asequible, un transporte público que funcione, servicios públicos confiables y un mínimo de seguridad que garantice la protección de su vida y bienes.
Eso para la Muhamad son detalles: en su cosmovisión el homo sapiens es un basilisco que se ha depositado en el planeta y que amenaza con su destrucción. Es la filosofía del extremismo verde. Al diablo con la dignidad humana, que no es más importante que la dignidad de una lombriz.
Quienes sostienen este tipo de convicciones no tienen resquemor en emprender trágicos ejercicios ingeniería social. El fin siempre va a justificar los medios. Esa es la razón por la cual Bogotá está atrapada en sí misma, sitiada por una invisible muralla que, como el muro de Berlín, está diseñada no para protegerse de los de afuera sino para mantener a sus habitantes encerrados.
La Muhamad es la arquitecta, saboteando con argumentos cuasi-ambientalistas cualquier iniciativa que sirva para conectar a Bogotá con sus alrededores. La última decisión fue el bloqueo de la Autopista Norte y la extensión de la Avenida Boyacá. Pero antes había sido el boicot a la ALO y la vía a Suba-Cota. Como también fue su decisión la de dejar a Bogotá sin agua potable, al negarse a proponer alternativas para Chingaza II después de enterrar el proyecto. Y, en el futuro cercano, nos dejará sin luz: tiene represadas en su escritorio las licencias ambientales de 350 torres de transmisión de energía limpia proveniente de Chivor y Sogamoso.
Era fácil reírse de la noción del decrecimiento que propugnaron la Muhamad y Cía. a principios de este gobierno. En un país con índices de pobreza como los que tenemos claudicar del concepto de desarrollo es un acto criminal. Dos años después el tema ya no es tan chistoso. Sin agua, sin luz y sin movilidad, los bogotanos viviremos como siervos medievales. Si fuera por los fanáticos del actual gobierno, nuestra nutrición provendría del pancoger de la comarca (“seguridad alimentaria”, le llaman), el entretenimiento de los saltimbanquis callejeros de Patricia Ariza y la economía sería la del trueque. En cierta medida tendríamos la igualdad perfecta: todos igualmente pobres.
Estamos todavía a tiempo de evitar esta distopía. Primero, hay que develar la anti-humanidad de quienes la proponen y luego oponerse, en democracia, a sus pretensiones. La Muhamad seguramente será candidata al Congreso o se lanzará a la Alcaldía de Bogotá. Hay que derrotarla.