MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Con mucha razón se ha celebrado en el país el último Premio Nobel de Economía otorgado a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, sobre todo porque este último es prácticamente de la casa. Robinson es un buen conocedor de Colombia, habiendo sido durante décadas profesor en la Universidad de los Andes y mentor de muchos de nuestros más brillantes economistas.
Su enfoque, como ya se ha dicho, tiene que ver con la importancia de las instituciones en el desarrollo económico. Los autores hacen énfasis en las condiciones climáticas para elaborar teorías sobre sociedades inclusivas (las anglosajonas de Norteamérica) y sociedades extractivas (las españolas en Latinoamérica). Sostienen que, en las sociedades extractivas, una élite se adueña de los medios de producción para explotarlos monopólicamente en su beneficio y en detrimento del resto mientras que en las inclusivas se respetan los derechos de propiedad, el estado de derecho y se genera innovación y valor que se reparte a todos.
Robinson, sobre todo, ha dado numerosas entrevistas a lo largo de los años donde concreta sus tesis para el caso colombiano. Vale la pena darles una mirada. El nuevo nobel es especialmente crítico del clientelismo, como una parte esencial del sistema político colombiano. En esto tiene toda la razón. El clientelismo largamente promovido por las élites políticas -y tolerado por las económicas- es el padre de todos los males. Carcome la funcionalidad del Estado, atrofia la meritocracia, mal distribuye los recursos escasos. Todo a cambio del espejismo de la gobernabilidad. En su peor versión es una fuente de extracción de rentas, como afirman los premiados, para unos parásitos enchufados que se chupan los activos de la sociedad.
Donde la tesis del extractivismo puede resultar menos aguda es en la extensión del fenómeno, sin mucha diferenciación, al empresariado colombiano. Gradúa de “monopolistas” a algunas personas que se sorprenderían con el término. En la banca, en las bebidas gaseosas, en los medios de comunicación, en infraestructura, para mencionar solo algunos sectores, la competencia suele ser mucho más dura de lo que parece desde los escritorios de la academia.
La solución propuesta por los premiados para pasar del extractivismo al inclusivismo es el empoderamiento ciudadano. Si la gente tiene el poder de contener a los poderosos -los que supuestamente capturan las rentas- para nivelar la cancha a favor del colectivo, los beneficios monopólicos cesarán. Es difícil discutir con esta lógica democrática.
Sin embargo, para el caso colombiano hay que considerar que la mitad de la economía opera en la informalidad. Esos llamados “monopolistas”, señalados odiosamente por Robinson con nombre propio, acatarán las normas vigentes, pero a los que están por fuera del redil les importará un carajo lo escrito en un papel. Para ellos la ley laboral, ambiental, tributaria, o la que sea, simplemente, no pegó.
Quizás antes de emprender cacerías en el zoológico para apuntarle a los de siempre deberían enfocarse en formalizar, a las buenas o a las malas, a los que permanecen por fuera.