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Cero y van dos encuestas que ponen a Gustavo Petro como puntero en las próximas elecciones presidenciales. La primera, publicada por Semana, lo describe como “escapado del lote”; y la segunda, de Invamer, ratifica el diagnóstico.
No importa que todavía falte un año para las elecciones, que la muestra de la segunda encuesta es diminuta y que, a estas alturas, pesa más el reconocimiento de nombre que la verdadera intención de voto: los resultados han causado pánico entre la clase empresarial, nerviosismo entre los políticos, incredulidad en el gobierno y euforia en la extrema izquierda.
A todo esto, el senador Jorge Enrique Robledo tuiteó una vieja portada de la misma revista Semana donde se anunciaban los resultados de una encuesta de 2001 con el título “Se escapó Serpa” donde éste aparecía imparable con un 41%, Uribe en un lánguido segundo lugar con 23% y Noemí Sanín con 16%. Y ya sabemos cómo acabó esa película. También sabemos que para esta época, hace cuatro años, Iván Duque no superaba el margen de error y cuando vinieron las elecciones le sacó dos millones de votos de ventaja a su contrincante.
La construcción de espantapájaros para movilizar a los adeptos es una vieja táctica electoral. Le resultó prodigiosamente rentable al partido liberal cuando los conservadores decidían que su candidato único sería Álvaro Gómez. En las dos ocasiones en que esto ocurrió, el liberalismo obtuvo triunfos históricos en las urnas, primero con Alfonso López y luego con Virgilio Barco.
En 2018 los gurúes electorales de la campaña del Centro Democrático acertaron en descifrar que el mejor candidato que podían tener en contra era Gustavo Petro. Con su retórica divisiva y extrema, su amistad con la satrapía venezolana y su desastrosa gestión en la Alcaldía de Bogotá, Petro era el hombre perfecto. Bastaba con mencionar su nombre para activar a propios y ajenos, estos últimos movilizados con la única intención de votar en su contra. No ocurría lo mismo con Sergio Fajardo o Germán Vargas Lleras, quienes muy probablemente hubieran ganado el balotaje contra Duque.
Pero eso era antes y esto es ahora. Es razonable suponer que la derecha busca refritar su estrategia ganadora de hace cuatro años. Desempolvar el espantapájaros de un Petro triunfante para encausar la atención sobre el hasta-ahora-incógnito-candidato-de-la-derecha tiene toda la lógica desde el punto de vista electoral. Y ese, precisamente, es el problema. Lo expedito en materia electoral puede tener consecuencias indeseadas e inesperadas.
Mientras que en 2018 el país marchaba por buen camino, el caos económico y social generado por el covid no tiene precedente reciente; con razón o sin ella, la población esta insatisfecha con la gestión gubernamental de la pandemia.
Las vacunas no llegan, los encierros continúan y los mandarines del régimenno se ayudan promoviendo una inoportuna reforma fiscal. Crecer a Petro como sparring electoral es jugar con candela; de tanto hacer malabares pirotécnicos, estos aprendices de brujo pueden acabar quemando toda la casa.