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El secreto para cambiar un país es que los niños pobres reciban la misma educación que reciben los niños ricos.
En un abrir y cerrar de ojos, todas las viviendas de Colombia quedaron convertidas en colegios y universidades. Qué susto. El Gobierno y dirigentes creen que este fue un gran avance y que el país se modernizó con la pandemia. Grave error. Ignoran que por aquí la educación camina como tortuga coja, mientras la vida cambia a la velocidad de la luz.
Si con la pandemia la economía se vino abajo, a la educación le va a ir peor. Las casas no están preparadas para ser escuelas. Los profesores presenciales no están preparados para hacer educación digital; por el contrario, un profesor presencial es en general un profesor análogo que más mal que bien le hace a la pedagogía digital. Un cambio tan abrupto, sin preparación, sin la dotación tecnológica adecuada, tiene un resultado seguro: Este año, la educación va a tener la deserción más alta de la historia de Colombia.
Aunque es un caso excepcional, improvisar casas como escuelas, sin ninguna preparación, aumenta gravemente la inequidad. A un país muy inequitativo se le mete más inequidad.
Los planes y métodos de estudio presenciales son completamente diferentes a los digitales; incluso, podrían ser antagónicos. Se pretende enseñar con tecnologías digitales, planes de estudio pensados para pedagogías presenciales. Los nuevos tutores, nacidos por generación espontánea, son padres, o hermanos o cuidadores. Igual, estudiantes y profesores, preparados toda su vida para educación presencial, se pasan en segundos a metodologías educativas pseudovirtuales. Este estilo trastocado de educación puede atolondrar a los jóvenes. Estrategia horrorosa.
La mayoría de los estudiantes colombianos son pobres y estaban en ambientes educativos cómodos en colegios y universidades. Y ahora estudian en sus casas pequeñas, donde pueden no tener internet, ni computador, y seguro no tienen dinero para comprar el software necesario para acceder a los documentos. La mayoría de los pobres viven en ambientes hostiles para recibir una buena educación. Los estudiantes presenciales no están formados en “la voluntad de aprender” ni están formados en “la autonomía individual para aprender”. Ni sus padres pueden ayudar porque no tienen formación académica notable.
La pandemia juntó a dos instituciones renuentes al cambio: la familia y la escuela. Nada bueno se espera. Muchos alzan la voz por la caída de la economía, otros por el hambre o el desempleo; pero nadie clama por la tragedia de lo que le está pasando a la educación.
Con tanta inequidad, no es sostenible ni la escuela en casa, ni la u en casa.
Si los niños pobres no reciben la misma educación que reciben los niños ricos, es tristemente cierto que Colombia está condenada a graduarse en inequidad e injusticia.