MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Funcionarios de la Autoridad Palestina en Ramala corren apresuradamente hacia las pantallas del televisor, no quieren perder detalle del anuncio del Presidente de Estados Unidos Donald Trump. Comienza la emisión y sus temores se hacen realidad, el máximo líder del Estado más poderoso sobre la tierra, acaba de declarar que la ciudad de Jerusalén es capital del Estado de Israel, además ordena a su gobierno realizar preparativos para trasladar la embajada.
Las reacciones no se hacen esperar, los líderes de Hamas vociferan en las calles de ciudad de Gaza; Hezbolá, grupo terrorista Chiita amenaza con destruir el Estado Judío; Malmut Abbas, jefe del gobierno palestino mira a su alrededor, sabe que su fracaso es monumental, de nada sirvió haber instigado el odio que provocó la intifada de los cuchillos entre 2015 a 2016, ni la diplomacia que gestionó en Unesco para desconocer lo evidente, los lazos políticos, culturales y económicos entre el pueblo judío y Jerusalén.
Desde 1995 existe la orden de trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén, pero lo que hicieron todos los gobiernos norteamericanos fue aplazar la decisión por temor de desatar una guerra de consecuencias apocalípticas. Sin embargo, las capacidades militares de los contrincantes de Israel son limitadas, cuentan con ejércitos precarios que se degradarían rápidamente. Durante una década, el gobierno con sede en Jerusalén empleo la paciencia estratégica ante los 12.000 misiles enviados desde Gaza contra sus ciudadanos, hasta que, en julio de 2014, las Fuerzas de Defensa de Israel penetraron Gaza con el objetivo de desmantelar una inmensa red de túneles, que servían para transportar artillería de mediano y corto alcance. Luego de esa ofensiva militar, la nación judía no tuvo que soportar más ataques con cohetes.
Sin Jerusalén como centro de las negociaciones, la Autoridad Palestina se quedó sin capacidad de seguir extorsionado a la comunidad internacional, así el camino que le queda es negociar sobre bases reales. Eso implica aceptar un proceso de paz que a la postre traería los mayores beneficios para el pueblo palestino. De acuerdo al estudio del Instituto Rand, la solución de dos Estados, haría que su PIB per cápita ascendiera a 36% en una década, mientras que, para Israel, el crecimiento sería de 5%. En caso que se desatará un levantamiento palestino, esto supondría una caída de su producto interior bruto de 46%, mientras que el Estado Hebreo tendría perdidas que alcanzarían 10%.
Es decir, quien tiene más incentivos para adelantar un proceso de paz es Palestina; el movimiento del presidente Trump, aunque parezca extraño, impulsa una negociación porque desnudó las falencias del gobierno palestino de lanzar amenazas creíbles, ahora se ve forzado a buscar la paz. Sin embargo, Palestina nunca desperdicia oportunidad de perder una oportunidad.