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A lo lejos, se escucha el toque del silencio de una corneta, el instrumento llora la muerte de 21 cadetes de la Escuela de Cadetes de Policía General Santander, alma mater de la Policía Nacional, institución que tiene la misión de velar por la vida, honra y bienes de los ciudadanos del país; y que con estoicismo lo ha cumplido. Durante la década de 1980 tuvo que enfrentar a los carteles de las drogas, cuando Pablo Escobar pagaba $2 millones por policía asesinado; mientras en los pueblos recónditos, 12 policías contenían a más 200 miembros de las Farc, evitando que el hampa amparada detrás de un brazalete acabara con localidades y las convirtiera en corredores de narcotráfico. Esa misma policía que tiene que enfrentar asaltantes de bancos y autos, que arriesgan su vida para que usted y yo podamos vivir tranquilos, que en ocasiones tiene que servir de médicos improvisados para atender un parto bajo en alguna ciudad del país.
Sí, esa policía heroica y sacrificada, es la que recibió el peor ataque de su historia, porque quienes murieron eran jóvenes que apenas comenzaban su camino en aprender cómo se debe proteger, servir y honrar el uniforme que han portado héroes que lo dieron todo en defensa de nobles ideales. Cuando el ELN decidió hace 10 meses realizar este acto terrorista, jugaba con la polarización que rodea a la sociedad en torno a la palabra paz, la cual se convirtió en un instrumento estratégico para conseguir sus objetivos, que no son otros que obtener recursos financieros provenientes de economías ilícitas que terminan alimentando su estructura militar y el ala política infiltrada meticulosamente dentro de la sociedad. Los resultados son palpables después del atentado. Ha surgido el debate público sobre la conveniencia de mantener una mesa de diálogo con esa agrupación criminal, las acusaciones de los detractores del gobierno en un comienzo lanzaron la hipótesis que el atentado había sido perpetrado por el propio Estado con anuencia de sectores conservadores del país; los “elenólogos” emplearon su capacidad influenciadora en redes sociales, audiciones de radio y televisión para generar ese clima de desconfianza institucional que terminó por tener aceptación en un amplio sector de la población. Esa fractura en la sociedad, alrededor de la esperanza de la paz, le permite al ELN jugar su estrategia militar, es decir, activar sus frentes de guerra y contener la ofensiva del gobierno.
Mahatma Ghandi dijo: “la verdad es más importante que la paz, porque la mentira es la madre de la guerra”; por eso con el ELN no es posible tener un diálogo civilizado, pensar que otorgarles beneficios a través de un protocolo de extracción, es otorgales una ventaja estratégica para que sigan cometiendo atrocidades. El único camino es someter a esa banda criminal, tal como reza el lema de la Escuela de Cadetes “La Fuerza al Servicio del Derecho”.