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En casos este capitalismo amiguista conlleva una manguala entre las empresas y la clase política
Seguramente en alguna mudanza, en la cual se invita amigos a ayudar, han presenciado la siguiente situación. Entre los amigos que sudan cargando sofás, uno de ellos, sin razón adicional a la de su pereza, hace visita con la dueña de casa, dirige dónde poner los muebles, o, simplemente, espera las cervezas que los anfitriones han dispuesto. El amigo confianzudo tiene su equivalente en el sistema capitalista de hoy, las llamadas corporaciones amiguistas. Estas empresas tienen la característica de que sus utilidades no corresponden al valor que crean para la sociedad, y que basan su estrategia en influenciar deslealmente clientes, reguladores o proveedores para hacer dinero.
En casos este capitalismo amiguista conlleva una manguala entre las empresas que lo aplican y la clase política. El ejemplo más reciente de estas prácticas, llevadas al extremo de manera criminal, es el caso de Odebrecht. Por medio de la influencia que esta corporación ejerció en jueces, políticos y funcionarios corruptos, que se convirtieron en sus cómplices a cambio de dinero, Odebrecht pretendió generar utilidades para sus accionistas a costa del patrimonio público de varias naciones. Estas prácticas poco sutiles están tipificadas en la ley como prácticas criminales y, por lo tanto, son fácilmente identificadas y sus responsables, castigados penal y socialmente.
Otro caso de capitalismo amiguista, menos grave a nivel penal pero igualmente condenable cuando se analiza desde el funcionamiento de nuestra sociedad, es el de Marketmedios. Roberto Prieto, gerente de la campaña del presidente Santos, firmó contratos con diferentes entidades estatales, en muchos casos sin procesos de selección objetiva del contratista. Si bien en este caso no está comprobada ninguna asignación de contratos a cambio de coimas, es inevitable deducir que muchos de los contratos tuvieron su origen en la relación personal de Prieto con Santos. Menos burdas que las prácticas de Odebrecht, las de Marketmedios también son igual de graves, menos aparentes y más difíciles de comprobar.
En la escala de “falta de fineza” en prácticas de capitalismo amiguista sigue la confabulación de empresas para impedir la competencia en su sector. Estas empresas se reparten clientes, hacen acuerdos de precios y en general, desbalancean con la ayuda de sus competidores la distribución de valor ellos y sus clientes. Sus prácticas, además de difícilmente demostrables, siempre quedan con un halo de duda por la dificultad de diferenciar una estrategia de negocio legal y ética de una colusión con la competencia. Su coco es la Superintendencia de Industria y Comercio, funcional desde que muy recientemente se le dieron atribuciones para incrementar los montos de sus multas.
Por último, en el ranking de sofisticación de prácticas desleales, están las de los directivos de empresas que se amalgaman con el aparato público. Estos directivos crean relaciones para nombrar fichas propias en posiciones claves en el regulador, influencian funcionarios y generan utilidades por esta vía, en vez de ser eficientes al atender las necesidades de sus clientes. Sagaces en el arte de crear amigos, crean fundaciones y se apalancan en una imagen social de poder no acorde con su capacidad gerencial. Generan valor para sus accionistas y lo destruyen para la sociedad. Dios nos libre de este tipo de personajes.