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El concepto de lucha de clases, reconocido como principio del marxismo, data de mucho antes. Tito Livio, en la época del gran imperio romano, lo reconocía como la base de la libertad en sociedad, criterio recogido más tarde por Nicolás Maquiavelo.
En los años posteriores a la independencia de Colombia, la lucha no se centró entre los poderosos y los desamparados sino entre los centralistas de Bolívar y los federalistas de Santander, época de desarrollo perdida a causa de las confrontaciones basadas en la ideología del poder. La lucha de clases como concebida por Marx no era motivo que permitiera a los líderes encontrar un eco en las inquietudes de las mayorías.
Hoy en día, la lucha de clases se enmarca en un contexto mucho más amplio. De basarse en el enfrentamiento entre los dueños del poder y los oprimidos, ha migrado hacia la lucha de diferentes grupos por hacer prevalecer su visión del mundo, con la concurrencia de la libertad de expresión que han traído las redes sociales.
La lucha de clases entre el pueblo oprimido y la élite ya no es la lucha entre la izquierda y la derecha. Personajes poderosos como los Gillinski han apoyado candidatos con discurso de izquierda como Gustavo Petro. Enrique Santos, periodista perteneciente a una de las familias más poderosas del país, furibundo defensor de las tesis de izquierda pasa acomodadamente sus días entre las élites del poder. Las contradicciones del modelo de Marx se constatan cada vez más en las realidades del día a día.
Entre los enfrentamientos entre visiones del mundo hay uno en particular que me ha impactado: el que existe entre quienes tienen diferentes profesiones. Por un lado, están aquellos que cuentan con una formación científica en la cual la resolución de los dilemas requiere de un análisis riguroso de las evidencias y las consecuencias, tales como la ingeniería, la economía o la medicina (seguramente hay otras) y por el otro, aquellas que construyen su fortaleza alrededor de la dialéctica como la política y el periodismo, entre otras.
Existe, entre algunos exponentes de estos últimos, la noción de que una postura basada en grandes verdades no requiere del entendimiento detallado de las circunstancias, de que los hechos son subalternos a los grandes enunciados, así estos no apliquen a la situación en cuestión. Son personalidades que están enseñadas a juzgar para después analizar, así este último paso se les olvide frecuentemente.
Este es el caso del escándalo que se ha creado por Hidroituango, una iniciativa que creció como un reto para la ingeniería, pero que suplirá, superadas sus dificultades técnicas, 17% de la demanda del país con energía limpia y sin quemar combustibles fósiles, tan dañinos para el medio ambiente.
Hoy, muchos periodistas y políticos, por lo menos facilistas, se rasgan las vestiduras por la disminución reciente del cauce del río que durará una semana y la muerte de 80.000 peces. Sin menospreciar otros factores y asumiendo un peso por pescado de dos libras, el supuesto crimen ambiental habría implicado el sacrificio de 80 toneladas de pescado, equivalente al consumo colombiano de dos horas. ¿Será que el esfuerzo de miles de personas para garantizar energía, empleo y progreso para más de siete millones de compatriotas se compadece del escándalo que están haciendo? Arranquen a esgrimir sus grandes verdades para contradecirme.