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Bastante controversia hubo a finales de 2019 para definir el deportista del año, siendo elegido finalmente Egan Bernal por su triunfo en el Tour. Sin embargo, entraron en la ecuación los tenistas Farah y Cabal, el beisbolista Urshela y como siempre, futbolistas, en un país en el que este deporte
es pasión.
A pesar de esta controversia, mi opinión es que el ganador del premio del deportista del año ha debido ser otro. Es una realidad que, en Colombia, a pesar de la popularidad del ciclismo, el fútbol, el patinaje y el tejo, el deporte nacional fue el pesimismo con respecto a la situación del país. La competencia en ese apartado no es menor, incluyendo a selectos representantes de los medios y la política, cuya apología de las noticias negativas retroalimenta un sentimiento que no refleja lo que pasa en el país.
Los colombianos nos hemos comido el cuento de que, como califica el periódico US News, somos el país más corrupto del mundo. Es innegable que la corrupción está afectando las instituciones del país, pero de ahí a ser el país más corrupto hay, no un grande, sino un enorme paso. El solo hecho de ser conscientes de la existencia de la corrupción confirma que hay veeduría social sobre el fenómeno, que hay cierto tipo de control sobre él. Sin embargo, según mis deportistas del año, el país no solo va mal, sino que nunca había estado peor.
El siguiente apartado en el que el deporte preferido fue protagonista es el del despreciable asesinato de lideres sociales. No hay duda de que el fenómeno de violencia es grave pero lo que no es cierto es que esté respaldado por el Estado o que sea nuevo. Según las cifras de medicina legal los homicidios crecieron 1.72% en 2019 versus 2018 y 11% contra 2015 (comparable con el
crecimiento poblacional), lo cual es absolutamente entendible dado que el acuerdo de paz dejó grandes zonas que estaban bajo control de las FARC a merced de los grupos ilegales, por falta de presencia del Estado. Lo que es nuevo es la indignación pública con el fenómeno, propulsada por mis candidatos al galardón, que anteriormente no mencionaban palabra sobre los asesinatos de líderes sociales.
Así como se han resaltado irracionalmente algunos aspectos negativos del país, han dejado de enaltecerse los progresos que ha tenido y los inconvenientes que ha sorteado. El crecimiento económico sigue sacando gente de la pobreza, ha surgido una nueva clase política responsable y estadista encabezada por la alcaldesa de Bogotá y el país ha logrado además absorber, con consecuencias limitadas, la inmigración de más de dos millones de venezolanos y colombianos que habitaban en Venezuela. Pocas sociedades pueden darse el gusto de mostrar al mundo esos resultados.
El deporte nacional del pesimismo no solo es motor de marchas que nos han afectado como sociedad, sino que también influye en la conciencia colectiva. A raíz de él la sociedad se deprime, pierde confianza en si misma y deja de evolucionar hacia mejores horizontes. El pesimismo no es inofensivo, es un motor de decepción que baja la autoestima y acaba con la iniciativa. Desde estas líneas extiendo una invitación a aquellos que pueden hacer llegar su voz a los demás para que desistan del pesimismo y se comprometan a mejorar la calidad de vida de los colombianos por medio de mensajes positivos.