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Desde sus inicios, la historia de las telecomunicaciones ha estado identificada con la innovación y la tecnología. Para muchos aun parece mágico que la información, las imágenes, los videos y la música se puedan transmitir a computadores y celulares. Para otros el potencial de las telecomunicaciones de conectar personas abre posibilidades ilimitadas en el sector financiero, la automatización de procesos, la salud, la educación, la justicia y las redes sociales.
Sin embargo, con el pasar de los años, la tecnología que evoluciona a velocidades enormes se ha encontrado con cuellos de botella inesperados que han impedido que las mejoras sociales que el mundo espera dejen de ser esperanzas. En el sector financiero, a pesar de las millonarias inversiones realizadas, en Colombia solo 68% de los adultos tiene un activo financiero activo o vigente y solo 40% tiene acceso a crédito.
Desde la óptica de la automatización de procesos, el internet de las cosas, una tecnología que utiliza las redes de datos para incorporar las señales de sensores desplegados a nivel masivo para permitir la toma de decisiones sin intervención humana, sigue teniendo una aplicación limitada y, salvo casos particulares, no ha generado beneficios significativos a la sociedad.
La telemedicina tampoco ha visto mejoras notables. La gente enferma sigue yendo a las clínicas a hacer cola, recibiendo citas meses después y expuesta a servicios de calidad deficiente, sin que la tecnología haya mejorado su desempeño. Lo mismo sucede con el funcionamiento de la justicia, que podría andar mucho mejor con ayudas tecnológicas. En el sector educación, la tecnología ha permitido que la enseñanza siga supeditada a la calidad de los maestros, con el correspondiente letal resultado para Colombia en las pruebas Pisa.
En la batalla por mejorar la experiencia de vida de las personas, el aporte que más se resalta de las telecomunicaciones es el del entretenimiento que generan, con una sociedad cada vez más pendiente de las pantallas y la virtualización de la experiencia de vida. Las redes sociales, que tanto han influido en acabar con el monopolio de la información de los medios tradicionales y, en muchos casos, con la versión sensata de la realidad, están claramente subutilizadas para capturar sinergias que mejoren la calidad de vida. Han desplazado la comunicación cara a cara, haciendo las interacciones sociales de sus usuarios más frecuentes, pero más manipulables y superficiales.
La tarea inconclusa de crear valor a las comunidades donde participan ha hecho que el desempeño financiero de las compañías de telecomunicaciones en los últimos años sea mediocre. Desde 2008, la acción en dólares de AT&T cayó 1%, la de Claro 33% y, la de Millicom y Telefónica alrededor de 70%. Tal vez por esta razón, Telefónica decidió recientemente dar reversa a su estrategia e iniciar el proceso de venta de todas sus operaciones en Latinoamérica menos la de Brasil e incluida la de Colombia.
Como respuesta a estos resultados, las compañías de telecomunicaciones deben reflexionar sobre su responsabilidad de generar un impacto positivo en las comunidades en que participan, no solo con acciones puntuales de sus fundaciones sociales, sino mejorando la vida de las personas. Sin esto, los inversionistas seguirán reconociendo en ellas destrucción de valor.