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Desde hace al menos un siglo hay estudios que muestran que las personas altas tienden a ocupar posiciones más importantes que sus pares de menor estatura. Un estudio de 1915 mostró que los que ostentaban cargos elevados eran, en promedio, más altos que los que ocupaban cargos bajos. Ni los curas se salvaron: los obispos eran en promedio más altos que los curas rasos.
Estudios más recientes han encontrado correlaciones parecidas. Uno de 2004 afirma que un individuo en Estados Unidos que mida 1,83 metros gana cerca deUS$5.000 al año más que uno que mida 1,65 metros. Otro estudio posterior encuentra que 2,5 centímetros adicionales están asociados a mayores ingresos de entre 1,4% y 2,9%. Ese mismo estudio muestra que en el Reino Unido un trabajador en cargos gerenciales o profesionales mide un centímetro y medio más que un trabajador en cargos manuales de la misma edad. Ser alto, según la evidencia del último siglo, aumenta los ingresos y la probabilidad de tener cargos más elevados.
El por qué de esa correlación ha intrigado a los científicos sociales. Algunos han argumentado que la altura está relacionada con la fortaleza física y la buena salud. En sociedades en las que las actividades físicas priman los individuos altos tienen una ventaja comparativa. Sin embargo, esa explicación tiene poca relevancia en la actualidad, especialmente en países industrializados.
Otra teoría sugiere que esa correlación está mediada por la autoestima. Las personas más altas tendrían mayor autoestima que las bajas y esto se reflejaría en el desempeño laboral y en la correspondiente remuneración. Otra teoría-en línea con las conspirativas que algunas feministas defienden a la hora de explicar brechas salariales entre hombres y mujeres-afirma que los bajos ganan menos porque son discriminados en el mercado laboral.
Otros han señalado que la razón por la cual los altos ganan más es que los jóvenes que son altos en la adolescencia son más proclives a participar en actividades sociales que les ayudan a desarrollar capital social productivo. Así, lo relevante no es necesariamente la altura a la que se llega de adulto sino la que se tiene en la adolescencia.
Finalmente, un estudio reciente de dos economistas de la Universidad de Princeton (Case y Paxon), propone una historia alternativa para explicar la intrigante correlación entre estatura e ingresos. Según Case y Paxon existe una correlación positiva entre habilidades cognitivas y estatura. Desde al menos los tres años de edad, los niños más altos tienden a tener mejor desempeño en exámenes cognitivos. El mercado laboral moderno premia las habilidades cognitivas con mejores sueldos. Así, una vez uno tiene en cuenta el rol de las habilidades cognitivas, se atenúa de forma importante el de la estatura para explicar las diferencias en ingresos de la población. Uno no gana más por alto sino por pilo.
La pregunta que ahora intriga a los investigadores de esta área es por qué hay una correlación entre estatura y habilidad cognitiva. El primer sospechoso es la alimentación tanto en el útero como en la primera infancia: los bien alimentados tienen mayor probabilidad de alcanzar su potencial de estatura y habilidad cognitiva. La respuesta parece ser correcta para explicar esa correlación en países o estratos pobres; sin embargo, no está claro que en países avanzados o estratos altos las diferencias alimenticias en la población sean lo suficientemente grandes para explicar los diferenciales de estatura y habilidades.
Del estudio de Case y Paxon quedan al menos dos lecciones. La primera, que los programas que logren mejorar la alimentación de los niños, incluso desde antes de nacer, pueden tener altos retornos sociales; pueden ser una arista relevante de la lucha contra la pobreza. La segunda, que aumentar de forma artificial la estatura de las personas-vía, por ejemplo, hormonas de crecimiento-no tendrá efectos sobre el desempeño laboral futuro a menos que uno crea que el tratamiento aumenta el desempeño cognitivo.