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Ido el Mundial hay que volver a enfocarse en el rumbo que tomaremos como país en el próximo cuatrienio. En pocos días se posesionará el nuevo Congreso e inauguraremos el segundo tiempo del presidente Santos. Los resultados de las elecciones son historia pero no se deberían ignorar. El presidente llegó de nuevo al poder con sus votos, los de la izquierda y aquellos temerosos del regreso del Estado de opinión. La izquierda democrática tiene una oportunidad histórica de influir en la política pública colombiana. Me temo, sin embargo, que la desaprovechará. Dos razones sustentan mi temor.
La primera, que su discurso se quedó anclado alrededor de estribillos que construyó la izquierda latinoamericana el siglo pasado. Un ideario encabezado por una paranoia “antiyankee” que la llevó a rechazar todo lo que tuviera sabor del norte sin distingo entre las buenas y malas ideas de esa procedencia. Ese ideario también tiene como pilar su oposición al comercio internacional; ven una tremenda injusticia en que podamos comprar productos del resto del mundo, abogan por una sociedad tipo Robinson Crusoe donde no intercambiemos bienes con las islas vecinas. Ese libreto también sataniza la iniciativa privada: les gustaría que el Estado estuviera a cargo de buena parte de la provisión de bienes y servicios en la sociedad.
Y la segunda razón por la que creo que desaprovecharán el momento histórico es que la vieja guardia de esa tendencia política en Colombia, tras tantas décadas dedicada a oponerse, se profesionalizó en eso. Esa generación es contestataria y no se preparó nunca seriamente para gobernar. El desastre de la Alcaldía de Bogotá es un ejemplo de esto. Un brillante senador de la oposición resultó un pésimo gobernante local, incapaz de armar equipos que empujen sus ideas, incapaz de llevar a buen puerto su ideario, brillante sólo con un micrófono arengando en una plaza pública.
Se quedará entonces en esperanzas un libreto de izquierda moderno y con músculo político real. Uno que abogue por tener un sistema pensional que sin destruir los incentivos al trabajo formal le garantice a todos los adultos mayores ingresos mínimos; un sistema tributario en donde los dividendos y las pensiones altas paguen impuestos de la misma manera en que lo hacemos los asalariados. Un país en que discutamos si tenemos licencias de maternidad demasiado cortas y cómo darle un rol a los padres para unirse a la crianza de sus herederos a través de licencias a la pareja, no solo a la madre. Un país donde nos indignemos si las calles no tienen espacios para empujar los coches de los bebés. Un país donde las escuelas públicas sean el destino preferido de las clases más favorecidas, no lo que les queda a aquellos que menos tienen. Un país cuya izquierda tenga un espacio en el ejecutivo para guiar los programas del posconflicto que estaremos discutiendo pronto.
Pero no se hagan ilusiones porque no lo veremos. La izquierda colombiana seguirá siendo un partido de oposición. Todo lo que proponga la contraparte le olerá a imperialismo, neoliberalismo y otros “ismos” que les facilitan sacar pecho y decir que se oponen en nombre la dignidad y la coherencia. Y a ratos, viendo el experimento bogotano, pienso que tal vez tengan razón y es mejor que no gobiernen, que sigan con su lánguido sonsonete. Pero a ratos me revuelca las tripas pensar que se acerca el posconflicto y que la izquierda escogió mirar desde las barreras la agenda que determinará los caminos que habremos de surcar durante el próximo cuarto de siglo.
@mahofste