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En el siglo XXI los países emergentes han acumulado reservas internacionales con gran ímpetu. Por ejemplo, las del Banco de la República (medidas en dólares) han crecido 500% desde el año 2000 al pasar de menos de US$8.000 millones a más de US$46.000 millones. Patrones similares se encuentran a lo largo y ancho del planeta. La acumulación es en parte el resultado de las crisis de los años noventa que convencieron a muchos países de la necesidad de tener colchones de reservas mullidos que aplacaran la posibilidad de contagios en momentos de nerviosismo en los mercados internacionales y permitieran menores efectos sobre las economías domésticas si los malos tiempos en todo caso golpeaban la puerta. La literatura académica ha respaldado la premisa al mostrar que los que tienen más reservas internacionales tienen una menor prevalencia de crisis externas y sufren menores caídas en su crecimiento económico si estas afectan su país.
La acumulación también está explicada en parte, y Colombia no es una excepción, por intentos de las autoridades monetarias por evitar la apreciación de sus monedas ante la entrada de capitales del exterior. La efectividad de esas intervenciones ha sido materia de controversia entre los economistas. La última piedra del debate la puso el saliente director de investigaciones del FMI, Olivier Blanchard, publicando una investigación que sugiere que sí hay una asociación entre intervenciones cambiarias ante entradas de capitales y menores apreciaciones de la tasa de cambio.
Sin importar las razones de la acumulación, lo cierto es que la crisis colombiana actual que comenzó con el desplome del precio del petróleo nos tomó bien provistos en términos reservas internacionales. Esa es una buena noticia. La pregunta ahora que llegaron los malos tiempos es si ese arsenal lo vamos a usar o no. Algunas investigaciones recientes sugieren que es buena idea hacerlo. En particular, los países que además de tener el arsenal de reservas las venden cuando llegan las crisis, tienden a atenuar las consecuencias de estas sobre el desempeño económico. Además, vender reservas en una coyuntura de alta depreciación puede ayudar a mitigar los efectos sobre la inflación. El mismo Banrep a través de su informe de Administración de Reservas de 2015 parece estar de acuerdo: “cuando una depreciación rápida del peso amenaza el logro de las metas de inflación, el Banco puede mitigar las presiones cambiarias mediante la venta de divisas en el mercado, evitando recargar el ajuste exclusivamente en la tasa de interés”.
La devaluación en el último año bordea 50%, la más alta desde la independencia del Banco Central. Eso clasifica de depreciación rápida bajo cualquier métrica. Además, dicha depreciación está en el corazón del incumplimiento de la meta de inflación de este año: tras una década en la que la inflación anual de bienes transables -la que más depende de la tasa de cambio- estuvo por debajo de la meta de inflación, a julio de 2015 el indicador es de 4,7%, por encima del techo de la meta. Mi apuesta es que ese indicador tendrá dos dígitos a la vuelta de unos meses.
El Banrep no ha vendido un dólar de reservas. ¿Por qué? Quizás porque el tema que una venta sea interpretado como una señal de crisis profunda. Si fuera así, todo el esfuerzo de acumulación de reservas que incluyó cuantiosas pérdidas para el Banco se habría perdido. Y ciertamente vender reservas suena bastante más apropiado en la coyuntura actual que subir las tasas de interés como han propuesto algunos. Aterrizaje habrá; la pregunta es si queremos suavizarlo vía uso de las reservas o forzarlo subiendo tasas.