En menos de 40 años, 70% de la población mundial residirá en ciudades. Esta rápida migración llevará a los centros urbanos actuales y futuros hasta el límite. A pesar de que representan sólo 2% de la superficie del planeta, las ciudades tienen la mitad de la población mundial, consumen 75% de los recursos de energía y emiten 80% del carbono que afecta el ambiente.
Para acomodarse al ritmo de crecimiento actual, se necesitará que en los próximos 40 años, la construcción sea acorde a la capacidad urbana, tal y como lo hicieron nuestros antepasados hace 4.000 años. Se calcula que esta inversión estará alrededor de los US$108.000 millones para 2020, según Pike Research, firma consultora en tecnología para energías limpias, y continuará una tendencia al alza, poniendo una enorme presión sobre los presupuestos públicos.
De acuerdo con el CEDE de la Universidad Nacional de Colombia, el mayor porcentaje de urbanización dentro de las regiones del mundo la presentan los países de alto nivel de ingresos (con 78% de urbanización), seguido por Latinoamérica y el Caribe (con 77 %). Por lo tanto, resolver los problemas de las grandes ciudades de estas regiones, significa resolver los problemas del globo. Es por esto que es necesaria la transformación de nuestros centros urbanos.
La definición más acorde de una ciudad inteligente es la de una comunidad que es eficiente, habitable y sostenible. Tradicionalmente, los sistemas de agua, gas, electricidad, transporte, emergencias, edificios, hospitales y servicios públicos de una ciudad, son independientes y operan de forma separada. Una ciudad verdaderamente eficiente necesita, no sólo que el desempeño de cada sistema optimizado, sino que también sea administrada de forma integrada, garantizando diagnósticos más completos y decisiones más eficientes en todas las instancias.
Las ciudades que comienzan a poner en práctica sistemas y procesos que las hacen más “inteligentes” logran ganancias que son medibles, por ejemplo, 30% de ahorro de energía, la reducción de la pérdida de agua de aproximadamente 20%, y hasta un 30% de reducción en crímenes en las calles gracias a la instalación de cámaras de seguridad de circuito cerrado. El recorrido de un trayecto y los retrasos causados por el tráfico también pueden ser reducidos en 20%. Como resultado, vemos la mejora en la calidad de vida y la generación de empleos y, por supuesto, el aumento de la actividad económica.
Los beneficios se pueden observar en las urgencias médicas. Un estudio reciente en el Reino Unido demostró que el tiempo de respuesta de las ambulancias a las víctimas de un ataque cardiaco es un factor crítico para la supervivencia de los pacientes. La reducción en el promedio de tiempo de catorce a cinco minutos, duplica las posibilidades de recuperación. En la mayoría de los entornos urbanos, la congestión no permite una respuesta de cinco minutos. Las ciudades inteligentes, sin embargo, tienen el potencial de hacer posible esta meta, salvando vidas.
En Colombia, Medellín ya ha comenzado con esta transición a través de la implementación de plataformas para el control del tráfico urbano, el desarrollo de la estrategia Ruta N para la implementación tecnológica en diferentes sectores, entre otros avances. Dada la disponibilidad de tecnologías para ciudades inteligentes, no hay razón para posponer acciones que mejoren la vida de los ciudadanos. Invertir en soluciones para aumentar la eficiencia de los grandes centros puede ser considerado como la manera más económica, fácil, rápida y eficaz para que los gobiernos, las empresas y los ciudadanos enfrenten los dilemas actuales de las grandes ciudades, haciéndolas más eficientes y sostenibles. El mundo está cambiando. La migración a las ciudades inteligentes asegurará que esa transformación sea para bien de todos.