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El tejido empresarial es uno de los actores fundamentales de la economía de un país, parte fundamental del crecimiento, fuente primaria de empleo, sus impuestos contribuyen al gasto social, al desarrollo regional, a la cohesión comunitaria. Su eficiencia y rentabilidad garantizan la prosperidad de su entorno y cualquier cambio en las reglas del juego tiene implicaciones en todos los niveles. Y eso explica la alta expectativa por mantener la viabilidad empresarial en una coyuntura de cambios sobre problemáticas que nadie niega que son prioritarias y oportunas para atender las urgencias sociales, pero que deben trabajarse con equilibrio, sin debilitar la viabilidad de las empresas.
Son muchas brechas: de pobreza, de género, de acceso digital, a la educación, a la salud, al acceso financiero, a la tecnología, y a las oportunidades en general, y son más notorias en el campo, donde las condiciones básicas son paupérrimas y las brechas más profundas. El cierre de brechas en una democracia se logra dentro de un proceso de buenas prácticas que permitan crear riqueza, obtener más recursos para la inversión social, e implica que haya una coordinación permanente y armónica entre todos los actores sociales, donde el sector productivo tiene un papel preponderante. Y, sobre todo, se requiere eficiencia y transparencia en el gasto, que las acciones tengan más carácter técnico y menos político.
Ello hace indispensable tener la claridad sobre el rol del tejido empresarial para reducir las brechas y poder, a través de un trabajo conjunto coordinado, cada uno desarrollando acciones de acuerdo con su experiencia, conocimiento, y posibilidades poder lograr exitosamente el resultado, que se logren las eficiencias y la efectividad requeridas. En esta ecuación entran las acciones de política pública, de justicia, seguridad, de desarrollo económico donde cada actor tiene un papel para jugar y no se puede pretender que uno solo cumpla con los requerimientos de otros: direccionar el crecimiento hacia un modelo inteligente, sostenible e inclusivo y bajo el concepto de que todos los actores son responsables de crear valor.
Además, no podemos olvidar que 80% del crecimiento del país se da por el consumo de los hogares, y este por el mayor empleo, crédito y remesas. Es indispensable generar confianza y certidumbre para que se puedan crear y mantener puestos de trabajo, facilitar el acceso al consumo y desencadenar círculos virtuosos de inversión. De acuerdo con un estudio de Fedesarrollo, entre 2002 y 2017 avanzamos notablemente en reducir la pobreza, gracias al crecimiento de la economía. El 72% de esa disminución se explica por los aumentos en el empleo y en los retornos laborales a la educación, mientras que solo 9% se debe a las transferencias monetarias.
Hoy el cierre de brechas debe considerar, además del diálogo institucional, la aplicación y desarrollo de tecnología, productividad, acceso a recursos financieros, a internet, a una formación pertinente que sincronice la demanda empresarial con el talento humano, una legislación laboral flexible para contrarrestar la informalidad, así como combatir los grandes males del subdesarrollo: corrupción, contrabando y piratería. Tenemos la oportunidad de acoger el momento histórico para que, a través del trabajo y la articulación, todos aportemos experiencia y conocimiento por el bien común y el cierre de las brechas en el país.