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La rápida y contundente reacción del sector turístico a la propuesta de crear nuevas tasas aeroportuarias para financiar obras de acceso en los terminales aéreos fue lo suficientemente clara como para demostrar que es el camino equivocado. Las sobretasas las pagan los turistas y quienes hemos trabajado en el sector sabemos lo difícil que es traerlos y lo que implica echar atrás en ese sentido.
Ese tipo de mensajes ahuyenta a inversionistas, dificulta la promoción, retrasa el desarrollo de destinos en momentos en que precisamente se busca mayor competitividad en todos los ámbitos y en el que el transporte ha sido una de las primeras barreras. Hemos avanzado de manera importante en conectividad, pero hay mucho por hacer para aprovechar todo el potencial.
Colombia es uno de los países con mayores tasas aeroportuarias de América Latina y Cartagena hasta hace un par de años el destino más caro de la región. En un ejercicio que es provisional -y que esperamos permanezca-, se redujo la tasa de US$92 a US$38. Según la IATA, la medida significó el incremento de 26% en las llegadas internacionales y de 38% en las nacionales.
Llevamos varios años buscando la competitividad del sector. El Gobierno ha invertido en infraestructura y conectividad 870% más que antes de 2010; incrementó la inversión en 370% a 2016; los países conectados directamente pasaron de 20 a 28. Son datos que demuestran los esfuerzos realizados y por los que, antes de frenar en seco, debemos poner el turbo.
El turismo es un sector muy competido y cualquier sobrecosto afecta toda la cadena. Buen servicio, a buen precio son clave. Sobre todo, ahora que Colombia se está consolidado como un destino y comienza una nueva fase de la industria -y pronto un nuevo Gobierno- en la que deberá trazarse el camino del turismo que queremos, sostenible e incluyente.
La respuesta a la propuesta de sobretasa aeroportuaria debe darse más allá de una simple negativa, pues plantea una problemática real sobre infraestructura, pero ciertamente debemos buscar recursos en Inversión Extranjera, Alianzas Público Privadas (APP) u otras fórmulas.
Y si de inversión se trata, es hora también de megaproyectos, de darle una mayor proporción de gasto del PIB al sector. Ya se hizo una labor focalizada: de un lado, una gran inversión en aeropuertos y carreteras y, por otro, en pequeños proyectos como senderos, puentes, embarques, señalización, restauraciones, entre otras obras de pequeña envergadura. Si el turismo produce 3% del PIB, y queremos aumentarlo a 10%, debemos crear la institucionalidad para el uso eficiente de los recursos y asegurar más presupuesto para su ejecución.
Las regiones, que adoptaron la bandera del turismo como factor de desarrollo, hacen inversiones muy pequeñas para los retos que tienen. Antes de pensar en encarecer la llegada de los visitantes, las alcaldías deben mejorar los servicios, promover la inversión, innovación y desarrollar proyectos atractivos. Tenemos varios rezagos en competitividad, entre ellos la seguridad, que va más allá de la confianza que generan los acuerdos de paz. Necesitamos destinos más organizados, mejor normatividad, mayor formalidad, planeación, calidad, tecnología, innovación, infraestructura apropiada y recurso humano capacitado.
No matemos la gallina de los huevos de oro.