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Hace cuatro años, en este mismo espacio, publiqué una columna con el mismo título. Decidí hacer una segunda parte después de leer en la revista Semana que Aurelio Suárez nos etiquetara a Rosario Córdoba y a mí de “protectofóbicas”.
Realmente, en asuntos de modelos económicos nunca he sido de extremos, prefiero la sensatez en estos tiempos cambiantes, porque las coyunturas difieren y los países son distintos. Lo que sí considero determinante es aprovechar al máximo lo que se tiene, conocerlo, potencializarlo y buscar crecerlo a través de la diversificación del riesgo.
Las cifras son maleables según el interés del analista. Están sujetas al escrutinio del observador, a las ideologías o a las pasiones políticas. Se incluyen o se excluyen variables y eso es válido para fortalecer posiciones y defender teorías, por lo que no vale la pena entrar al debate ni al detalle para rebatir los enfoques.
Quienes tenemos la convicción de promover el comercio, la inversión, el turismo y la cooperación velamos y velaremos para que todos esos instrumentos, que protectofílicos presentan como cantos de sirena, se reviertan a favor del país, no solo porque es nuestro deber, sino porque la experiencia mundial ha demostrado que constituyen una vía idónea para la prosperidad de las naciones.
La pandemia nos ha enseñado muchas cosas que tienen poca discusión, sobre lo cual también se habla en escenarios de influencia internacional, y que debemos tomar en consideración, como propiciar menos confrontaciones conceptuales sobre los modelos económicos y sí diálogos amplios y constructivos respecto a lo que precisa Colombia, porque quedó claro que se requiere de un desarrollo sostenible, con equidad. Es hora de corregir y mejorar, conciliando, con acuerdos, con actitud positiva.
Probablemente es el momento de encontrar ese modelo y que nos despojemos de las etiquetas, ni globalifóbicos ni globalifílicos, ni protectofóbicos ni protectofílicos, mejor trabajar sobre los valores y los principios, que deben ser invariables e innegociables, y con ellos buscar las reformas fundamentales que garanticen gobernabilidad, transparencia, ingresos e inversión, que haya una reformulación del sistema educativo y se garantice a toda la población acceso digital, financiero, a la salud, al trabajo, entre muchas otras cosas.
Ni el proteccionismo férreo ni el liberalismo salvaje parecen ser la solución para un país que necesita más innovación, emprendimiento, tecnología y encontrar el sendero hacia la productividad, con ventajas competitivas reveladas basadas en las fortalezas de las regiones para su desarrollo y por el empleo.
A lo mejor se necesita una ayuda oficial allí y un empujón privado allá, una apuesta productiva público-privada en otro lado, proyectos específicos, inversiones enfocadas, un plan nacional de largo alcance que genere riqueza, acabe con la pobreza y ofrezca equidad.
Y voy a repetir lo que escribí en la columna anterior mencionada y lo que decía el teólogo y matemático inglés William George Ward: “las oportunidades son como los amaneceres, si uno espera demasiado, se los pierde”. Y agregaba: “el pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie, el realista ajusta las velas”. Soy fiel creyente que es mejor ajustar las velas y navegar con rumbo fijo y sin discusiones bizantinas hacia las oportunidades.