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Si bien los avances jurídicos en cuestiones de paridad han sido significativos, la verdadera barrera para la participación equitativa de las mujeres en la política sigue siendo cultural. El patriarcalismo se oculta en tradiciones y prácticas que, muchas veces, no son cuestionadas ni reconocidas. Esta cultura patriarcal impone restricciones sutiles pero poderosas, manteniendo a las mujeres en roles tradicionales que las excluyen de la esfera pública.
El liderazgo político ha sido históricamente conceptualizado desde una perspectiva masculina, justificando así la exclusión de las mujeres del poder, señala la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM) en su informe “Romper el molde: una nueva aproximación al concepto de liderazgo político y su ejercicio desde las voces de las mujeres de las Américas” que hace un pormenorizado análisis del peso de la cultura de los pueblos en los procesos políticos.
Las definiciones tradicionales de liderazgo, agrega, se basan en la imagen del hombre como líder nato, relegando a las mujeres al ámbito doméstico, como cuidadoras de la familia y no como agentes de cambio social y político. La exclusión de las mujeres de la vida política no es una acción deliberada de autoexclusión, sino un resultado de un sistema de relaciones sociales que favorece a los hombres.
En la política, la imagen y la percepción importan. Como lo expresó Hillary Clinton: “En el momento en que una mujer da un paso adelante y dice: ‘me postulo para un cargo’, comienza el análisis de su rostro, su cuerpo, su voz, su comportamiento”. Las mujeres son escrutadas bajo un lente que las descalifica por atributos que a los hombres se les aplauden.
La expresidenta brasileña Dilma Rousseff señaló con claridad esta doble moral: “me acusaron de ser dura y severa; a un hombre lo habrían considerado firme y fuerte”. Este sesgo cultural no solo limita las oportunidades de las mujeres, sino que también distorsiona la percepción del liderazgo y del poder.
Hoy, la verdadera lucha por la igualdad se da en el plano cultural. A pesar de las leyes de cuotas y los avances hacia la paridad de género, persisten estereotipos y prejuicios que frenan a las mujeres en su camino hacia la política. La violencia, el acoso y la discriminación siguen siendo obstáculos que muchas afrontan al entrar en la vida pública.
Es crucial entender que la lucha por la igualdad no es solo de las mujeres. Involucrar a los hombres en este proceso es fundamental para cambiar la cultura y derribar el patriarcalismo que nos afecta a todos y reconocer la importancia de redistribuir el trabajo de cuidados, que recae desproporcionadamente sobre las mujeres, para que estas puedan participar plenamente en la vida pública.
La participación de las mujeres en la toma de decisiones está dando una visibilidad política significativa a los derechos de la mujer y muestra con claridad cuáles son sus banderas: igualdad real en los derechos y deberes, oportunidades de empleo y el fin de la violencia machista. Por lo tanto, su rol como tomadoras de decisión en la política pública es fundamental.
La verdadera igualdad de género requiere un cambio cultural profundo, romper el molde y construir un liderazgo inclusivo que reconozca la diversidad de experiencias y capacidades de las mujeres. Involucrar a los hombres en este proceso es fundamental para lograr una paridad real.