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Los candados del amor que pusieron los turistas durante una década en las vallas del Puente de las Artes de París estuvieron a punto de desplomar el viaducto sobre el río Sena porque su peso superaba la resistencia. El ayuntamiento de la ciudad decidió retirarlos y subastarlos hace un par de años.
Lo del Pont das Arts ilustra cómo el exceso de turistas puede poner en peligro el equilibrio en los destinos. Ha crecido tanto la carga que, para evitar la saturación, algunos lugares imperdibles optaron por desestimular o dificultar la llegada de visitantes.
Los ejemplos abundan y algunos sorprenden, como la imagen captada por un fotógrafo de la impresionante fila india de 200 montañistas que aguardaban turno sobre el filo de un peligroso peñasco del Everest.
En Venecia, a mediados del siglo XVIII, en la época en la despuntaban los primeros cruceros, la legendaria guía Il forastiere illuminato invitaba al “viajero culto” a descubrir los secretos de las islas y sus canales durante seis días. Los cientos de visitantes ilustres de entonces se transformaron en millones de cruceristas que procuran intensos recorridos de pocas horas en un día. A propósito, Venecia también prohibió (antes que París) los candados del amor.
Los problemas del turismo urbano son un asunto de actualidad en el sector. Para aliviar esa situación, la Organización Mundial de Turismo recomienda ampliar la oferta a las zonas aledañas para que los visitantes circulen, sugiere escuchar a los locales para generar políticas que les favorezcan, diversificar las experiencias, trabajar en la estacionalidad, favorecer el impacto positivo y una mejora constante de la infraestructura para facilitar el movimiento y el disfrute.
Los españoles, a sabiendas de que deben cuidar sus destinos, abrieron el debate para un manejo adecuado del turismo antes de satanizarlo. Las autoridades de turismo proponen, por ejemplo, ampliar el rango administrativo, con un presupuesto más adecuado a su peso sobre el PIB, procurar mayor gestión sostenible y evitar los impuestos o las tasas discriminatorias.
Colombia, que se encuentra en los albores de un apogeo turístico, tiene la oportunidad de concertar el turismo que quiere y necesita, planificar y desarrollar con un horizonte bien definido, previendo los problemas y potenciando las virtudes. Proteger el medio ambiente, fortalecer a las comunidades con capacitación y políticas sociales de bienestar, apoyar a los emprendedores, articular alianzas público privadas y alinear los propósitos son asuntos que deben considerarse en las regiones. Los municipios de Colombia tienen hoy una oportunidad para definir el futuro de sus ciudadanos.
Si España habla de dotar al Turismo con mayor rango administrativo y presupuestos más robustos para afrontar la posible desaceleración turística que se avecina, nosotros debemos plantearnos el mismo mecanismo, pero en sentido contrario, es decir, el del crecimiento.
Para comenzar los colombianos contamos con un marco referencial, el Plan Nacional de Turismo, que ofrece buenas herramientas, pero hay que mejorar la inversión y la institucionalidad, definir y consensuar las políticas del turismo y ambiente, las acciones, herramientas y normas que lo deben acompañar, como también en dónde, cómo, qué se puede desarrollar. Esta concertación facilitará la preservación de nuestra mayor riqueza que es la biodiversidad e incentiva un turismo sostenible.